Los ladrillos de barro sin cocer, que conocemos popularmente como adobes, «al-tub», son los materiales de construcción más antiguos de la Historia. Los primeros en utilizarlos fueron los agricultores del Neolítico precerámico del levante Mediterráneo, ya que en esas zonas no eran abundantes ni la piedra ni la madera. Una de las primeras referencias al uso de ladrillos sin cocer aparece en Palestina, donde se elaboraban ladrillos con tierra prensada secados al sol hace más de 9.000 años a.C., también aparecen en yacimientos neolíticos y calcolíticos como el de Catal Hüyük en Turquía, o los hallados durante 1952 en las excavaciones de Jericó, cercanías del río Jordán, datados entre el 7000 y el 6400 a.C. Los sumerios (3500-1750 a.C) utilizaban el ladrillo con arcilla en estado pastoso superponiéndolos en hiladas que se secaban uniformemente al sol, aunque también usaron ladrillos de tierra secados al sol colocados sobre hiladas de argamasa. En cualquier caso, los ladrillos llevaban la marca del soberano que los hacia modelar para que se utilizaran en las obras a las que estaban destinados. Las culturas que se suceden entre el Tigris y el Éufrates, sumerios, asirios y babilonios, manejaron el ladrillo sin cocer para la construcción de sus edificios más característicos, los zigurats, cuyos muros estaban revestidos de ladrillos de barro cocido decorados con vidriados de brillantes colores. Uno de los edificios más famosos construidos con estas técnica fue el Etemenanki, templo de la creación del cielo y de la tierra dedicado al dios Marduk , un zigurat de más de siete pisos de unos 60 metros que pudo inspirar la famosa Torre de Babel bíblica. El templo pudo ser edificado antes del reinado de Hammurabi hacia el 1792-1750 a.C., y reconstruido en tiempos de Nabopolasar y su hijo Nabuconodosor II, ya que había sido destruido en el 689 a.C por Senaquerib, lo que permite a Herodoto, escritor y geógrafo griego del siglo V a.C., describir el edificio en sus Nueve Libros de Historia. También se construyeron con la misma técnica murallas y puertas como la puerta de Isthar del periodo de Nabucodonosor II, asociada a la muralla interior de Babilonia y descubierta en las campañas alemanas de principios del siglo XX.
Se trataba de una puerta de núcleo de adobe sin cocer forrada de cerámica vidriada azul debido al color del lapislázuli con el que se tiñe, decorada con leones y toros separados por filas de flores en la parte inferior. La puerta se trasladó a Alemania, donde fue reconstruida, y se exhibe actualmente en el Museo de Pérgamo en Berlín.
En el Egipto Antiguo se usó el adobe sin cocer desde el periodo protodinástico, normalmente elaborado con el limo del Nilo (3300 a.C), y pasó a ser un material clásico en la construcción de casas, tumbas (mastabas), fortalezas y palacios como el de la ciudad de Deir el-Ballas. Este palacio se sitúa en la orilla oeste del río Nilo, en el norte del Alto Egipto, en los alrededores de la ciudad moderna de Al Dair- Al Gharbi, construido al comienzo del Reino Nuevo entre 1600 y 1500 a.C por los reyes tebanos de la dinastía XVII en su campaña contra los hicsos, excavado originalmente por Reisner a principios del siglo XX y en nuestros días por Peter Lacovara (American Research Center in Egipt). Podríamos preguntarnos por qué utilizaron el ladrillo sin cocer hasta la época romana en Egipto cuando ya conocían el ladrillo cocido, en teoría más resistente. La técnica de construcción del adobe egipcio requería una serie de pasos: recoger la arcilla del valle y mezclarla bien con paja o arena, amasando la mezcla. Posteriormente se sumergía en agua durante varios días para que la paja se descompusiera y suelte el légamo que hace la arcilla más viscosa y consistente cuando se seca. En el último paso se vertía la mezcla en moldes con medidas fijas, 23x12x7 y 26x13x9, dejándose secar al sol durante varios días, lo que daba lugar a un material versátil y resistente para la construcción y que soportaba la oscilación térmica haciendo los interiores de los edificios confortables.
En Roma el ladrillo sin cocer, «crudus later», fue utilizado hasta el sigo I d.C. Tanto Vitrubio como Plinio señalaban tres tipos de ladrillos, ladrillo de lidia, tetradoron y pentadoron. Pero tras el incendio de Roma en época de Nerón el ladrillo crudo fue sustituido por el «coctus later» para recubrir muros de edificios civiles, siendo un ejemplo de este modelo constructivo los mercados de Trajano. En algunos edificios hispanos de la primera Edad de Hierro (siglos VII y IV a.C.), como el del cerro de San Vicente (Salamanca), se hallaron cuatro tipos de adobes preparados con molduras y recetas diferentes, lo que implica un conocimiento de la arquitectura y de las técnicas.
En la segunda Edad de Hierro las casas están dotadas de zócalos de piedra, lo que evita humedades, como se ha puesto en evidencia en yacimientos como el de Numancia (Soria). Este modelo constructivo de casas de barro con zócalo de piedra recubierta con tejas de barro cocido se ha utilizado históricamente en zonas rurales hasta los años 50 del siglo XX, cuando el adobe se sustituye por ladrillo industrial y cemento. Hoy se experimenta con diferentes materiales, como las microalgas o los bio-ladrillos realizados a partir de las bacterias de la orina humana en Ciudad del Cabo para reducir la huella de carbono, olvidando al milenario adobe, que ha protegido al hombre desde la noche de los tiempos.