El director de '10.000 km' inaugura el festival con una propuesta arriesgada y original donde Ángela Molina y Alfredo Castro cantan canciones de Maria Arnal y bailan danzas de La Veronal
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Hay una metáfora habitual en miles de canciones, libros de autoayuda y poesía al peso, esa que dice que alguien ‘baila con la muerte’. ¿Qué significa eso?, ¿qué quiere decir exactamente que alguien baila con la muerte? Al final, de tanto usarla, la expresión se ha convertido en el típico significante vacío, algo que casi se dice como coletilla. Cuando una persona tiene una enfermedad nos cargamos de frases hechas y lugares comunes como ese. Decimos que alguien que tiene cáncer “lucha”, “libra una batalla” o “baila con la muerte”.
Es curioso que el cine esté este año echando abajo ese argumentario basado en un lenguaje bélico y eufemístico. Lo ha hecho Pilar Palomero en Los destellos; Pedro Almodóvar en La habitación de al lado, con ese monólogo de Tilda Swinton que desarma todo el discurso en torno a la muerte; y lo hace ahora el cineasta catalán Carlos Marqués-Marcet, que vuelve a demostrar que es uno de los grandes realizadores del cine español reciente con su obra más arriesgada hasta el momento, Polvo Serán.
El cineasta, que sorprendió con su radiografía a la imposibilidad de las relaciones a distancia en 10.000 kilómetros, y contó la maternidad como pocos en Los días que vendrán, coge la dichosa metáfora de bailar con la muerte y la convierte en realidad. La hace carne y coloca a Ángela Molina a protagonizar un musical sobre la eutanasia y a echarse una danza, literal, con la señora de la guadaña. Solo la idea es un triple salto mortal con tirabuzón, pero Marqués-Marcet demuestra un talento para caer de pie sea cual sea la decisión que tome.
La muerte es un tema lo suficientemente peliagudo para abordarlo desde un musical, pero el director, en el guion con Clara Roquet y Coral Cruz, se reúne de los mejores para crear algo personal, emocionante hasta la lágrima, sorprendente y, sobre todo único. Que difícil decir eso en un cine cada vez más trillado. Qué bonito que uno todavía pueda sorprenderse en una butaca al ver un musical español con canciones y coreografías originales. Lo de rodearse de los mejores es otra vez literal, porque las canciones las ha compuesto María Arnal y los increíbles números coreográficos son de La Veronal. Una conjunción artística que alcanza momentos de una belleza imponente.
Polvo Serán muestra sus cartas desde el inicio, con una escena en la que el personaje de Ángela Molina tiene una crisis y grita desconsolada por su casa. Cuando llega la ambulancia todo se convierte en un extraño baile. Ella tira las cosas, pero ellos las van sujetando y colocando con la delicadeza de una danza que tienen los enfermeros con la enferma.
No hay excesivos números musicales, pero los que hay son brillantes, con especial mención a una Ángela Molina en un show a lo Esther Williams con un imaginario de muerte y esqueletos. Una de las escenas para el recuerdo de este año del cine español sin duda. Como lo es ese final que a ritmo de música latina muestra el final de sus dos protagonistas. Hay una decisión política muy valiente en Polvo serán, y es que no es solo la enferma la que decide morir, sino también su pareja, que quiere despedirse con ella.
Es por ello una película que también indaga en cómo los hijos toman esta decisión tan compleja, y todo con delicadeza y momentos de una sensibilidad hermosa, como el tango de Alfredo Castro con su hijo. Castro y Ángela Molina están brillantes como la pareja protagonista. Pero atención también a la sorpresa de Mònica Almirall. Todo engranado en una de las mejores películas españolas del año que debería estar en todas las conversaciones sobre los premios este año.
Para Carlos Marqués-Marcet, eso de bailar con la muerte tiene sentido, ya que hay “toda una tradición musical” en torno a la muerte. Quizás por ello esta película, que no comenzó de partida siendo uno, acabó convertida en el más peculiar y original de ellos. El punto de partida nació de unos amigos reales del cineasta que querían tomar la misma decisión que ahora toman los personajes nacidos a partir de ellos.
Al director le interesó mucho y comenzó un taller de creación con ellos y su hija. De aquellas experiencias nació un “documento literario que eran como 90 páginas de textos diferentes, también de investigación”. “Ahí empieza a aparecer la música, ya en los talleres. Todo el rato, cada vez que había un momento, se ponían a bailar juntos o ponían música. Cuando llegan momentos donde las palabras ya no llegan, que es lo que pasa cuando abordas la muerte, muchas veces sale la música. Lo ves en muchos documentales sobre muerte asistida también, donde mucha gente necesita música antes de morir. O acaban catando con su acompañante una canción”, cuenta Marqués-Marcet.
Nunca vio un documental en todo aquello, pero sí que originalmente la idea era una película mucho más meta donde “salía la familia real, les veías actuando”. Por motivos de salud no pudo ser, pero hay muchas cosas que sí remiten a la realidad, como la clínica suiza final, donde incluso una de las enfermeras es una enfermera real. Guiños que aluden a la vida real en una película que recurre a la representación, al trampantojo y a un género como el musical, que requiere al espectador el paco de fe más grande posible.