Antes de entrar en faena, en el estreno de 'Gypsy', conviene [a riesgo de ser cansino] destacar lo que hace Antonio Banderas en el Soho malagueño. El mero hecho de subir a escena a una trientena de intérpretes –más una "vaca" y un chihuahua– y 26 músicos es para descorchar, por lo menos, un par de botellas. Esta misma semana, decía Eduardo Vasco, en el Teatro Español, que levantar un proyecto como el que lidera en Madrid, 'Luces de Bohemia', es una quimera para una compañía privada. Hablaba de ello [no sin razón] como un "imposible" lejos de la red de seguridad, o cobertura pública, que le brinda una institución como la que dirige, que le ha permitido dar trabajo a 25 actores.
Pero las excepciones están para confirmar las reglas y ahí aparece la silueta de Banderas, ya todo un experto en saltar de charco en charco de una temporada a otra. Evidentemente, para estar dispuesto a palmar pasta, primero, hay que tenerla, y luego (más allá de patrocinadores y taquilla), asumir la responsabilidad de las pérdidas, que no es menos importante.
Esta vez, el "fregao" se llama 'Gypsy', y, sin extender más el panegírico, lo que Banderas tiene claro es su objetivo: no busca hacer una función más en el Teatro del Soho CaixaBank, "¡quiero Las Vegas!", sentencia un tipo que programa –hasta el 12 de enero– lo que muchos críticos internacionales consideran "el mejor musical de la historia". Los nombres, desde luego, no son de unos cualquiera: libreto de Arthur Laurents, música de Jule Styne y letras de Stephen Sondheim. Más los premios, que sirven de aval para un montaje estrenado en Broadway, en 1959: seis Tony y cuatro Laurence Olivier.
Es la base sobre la que se apoya una puesta en escena que ahora firma Banderas y que cuenta con la dirección musical de Arturo Díez Boscovich, al frente de la orquesta Larios Pop del Soho; la coreografía de Borja Rueda –incluye tres originales de Jerome Robbins ('West Side Story', 'El violinista en el tejado')–; las luces de Juan Gómez-Cornejo y Carlos Torrijos; y una escenografía a cargo de Alejandro Andújar.
'Gypsy' relee libremente las memorias de Gypsy Rose Lee o Rose Louise Hovick (Lydia Fairén), una artista de burlesque que cambió la forma de comportarse ante el público. Desterró los movimientos bruscos de las estrípers en favor de un estilo más casual e, incluso, con cierto humor. Pero la obra realmente es la historia sobre una "madre de artista" capaz de creerse sus propias mentiras, una "conquistadora sin nada que conquistar", como reza el texto. Mujer recia y con las ideas claras, no deja que nada ni nadie se interponga en su camino. El musical se centra así en Rose (Marta Ribera), quien trata de cumplir los sueños propios a través de sus hijas, Louise 'Gypsy' y June (Laia Prats), a las que paseará por todo Estados Unidos como si de "gitanos" se tratase. No obstante, sus deseos poco tendrán que decir en una trama en la que será el destino (llámenlo Karma) el que se encargue de hacer que las cosas no sean como una tenía pensado.
Ribera se pone el traje de estrella para dar vida a un personaje enérgico que, en su primera noche, ya levantó al patio del Soho. "La Ribera es mucha Ribera. Da unos colores con los que alcanzar los niveles dramáticos que necesita la obra. En el teatro hay elementos que no están sujetos a estudio. En el caso de Marta eso se da, es algo que viene de nacimiento, no se aprende, y cuando lo destapa es muy fuerte de calificar, porque es difícil de enseñar, o lo tienes o no", defiende un Banderas algo contrariado por la falta de reconocimiento de la actriz: "Qué daño ha hecho tanto 'influencer'...", suspira.
El director ha logrado una función que pasa las tres horas sobradamente, pero que se deja ver sin problemas. Quizá fuera la falta de rodaje la que hizo que el segundo acto, en el estreno, no fuera "como un tiro", lamentaba el mismo Banderas –al igual que todavía queda algo de sincronización entre orquesta y reparto que dará el paso de las funciones–. Ese mundo oscuro y sórdido de los bajos fondos, del burlesque, del gansterismo y de la prostitución son los que deben aportar el plus que ha construido la leyenda de 'Gypsy'.
También sobresalen los cinco telones plateados con los que juega Andújar para una escenografía que parece inspirada por Christo que se convierten en una apuesta arriesgada. En ocasiones, se convierten en un laberinto para los intérpretes y, en otras, se incluyen proyecciones que no siempre se dejan ver con claridad. El fin es convertir las telas en "mercurio" que se derrame sobre la escena, pero no tengo claro que se llegue a entender la elección pese a que sí cuenta con alguna transición bonita.
Por lo demás, Carlos Seguí, convertido en Herbie, es otro de los rostros que se asoman en un reparto en el que también destacan Carmen Conesa y Lorena Calero.