La historia del arte sigue en construcción desde el presente. Aunque parezca imposible, siguen apareciendo obras de maestros tan remotos como Da Vinci o Caravaggio y el relato de las cronologías se ofrece a revisiones permanentes. Nuevos hallazgos cuestionan las verdades asentadas, introducen relecturas basadas en nuevas sensibilidades, acordes con los nuevos tiempos o ignoradas por los viejos. Esta es la invitación que lanza el Museo Guggenheim de Bilbao con la exposición que acaba de inaugurar, dedicada a la enigmática figura de la artista sueca Hilma Af Klint (Estocolmo, 1862 - 1944), una creadora que se adelantó en la abstracción a Kandinsky, Malevich y Mondrian, y que dejó expresamente prohibido que su obra se expusiera hasta pasados 20 años tras su muerte, ya que entendía que el público no estaba preparado para comprender sus creaciones.
"La obra de Hilma Af Klint comunica lo real y lo espiritual por medio de la abstracción, pero ella misma quiso mantener su trabajo en privado porque sabía que en su tiempo había límites. Sin embargo, antes que nadie, ella demostró tener la imaginación y cambió la línea del tiempo canónico que fija el nacimiento de la abstracción en sus pinturas de 1906, con lo que se adelantó en cinco años a Kandinsky", explica la co-comisaria de la muestra, la estadounidense Tracey Bashkoff, una de las grandes especialistas de la artista sueca y quien ya organizó su primera gran retrospectiva en 2018 en Nueva York. La obra de la artista, más allá de su importancia como renovadora formal, resulta fascinante por su temática, influida por el esoterismo, la teosofía y la antroposofía de Rudolf Steiner. Una figura que se ha convertido, por su misterio, en mediática, y a la que se han dedicado dos películas en los últimos cinco años. Klint, de origen acomodado, fue una mujer elegante y educada en los avances científicos pero que cultivó una faceta heterodoxa, especialmente con la práctica del espiritismo. Formó parte tanto de la Real Academia de Bellas Artes como de la Sociedad Teosófica de Estocolmo, asociación donde formó, junto a otras cuatro mujeres, el grupo de Las Cinco.
Junto a ellas lleva a cabo sesiones de conexión con el más allá que canalizan a través de la escritura y los dibujos automáticos, siguiendo el método de la psicografía, mediante un artilugio similar a una ouija. En esa sociedad secreta, influida por la alquimia, la Cruz Rosada (una secta de cristianos del siglo XVII) y al mismo tiempo por el hallazgo del átomo, los rayos X o la energía nuclear, comienza una obra que busca una verdad superior que parte de una premisa que ambos mundos, el religioso y el científico, sugieren: en el mundo, en origen, había una unidad, que se rompió y dio origen a las formas opuestas, el bien y el mal, lo masculino y lo femenino.
En 1906, mientras realiza las actividades de meditación y trascendencia en la Sociedad Teosófica, Klint siente una llamada poderos que le insta a hacer algo más grande, a llevar a cabo una misión mayor. En ese momento, rompe con el grupo de Las Cinco, que no ambicionan esos fines y se prepara para crear las llamadas Pinturas para el templo, una serie de trabajos que estaban destinados a colocarse en un templo de estructura helicoidal que nunca llegará a construirse. Durante apenas una década (interrumpida por un parón creativo), Klint producirá 193 obras cargadas de simbolismo y de abstracción, cargadas de referentes: letras (cuyo significado explica en un diccionario que ella confecciona), colores, formas y criaturas dan forma a su universo misterioso.
Aunque Hilma Af Klint rechace exponer en diversas ocasiones y sea muy celosa de su trabajo, en absoluto se niega a compartirlo. "Al revés. Ella confecciona unos cuadernos de color azul en los que incluye las reproducciones de su obra y que va mostrando siempre que siente que la persona es la adecuada y que va a comprender o que está preparada para comprenderlo, la obra que ha realizado", explica Lucía Agirre, co-comisaria de la muestra. Para la experta, la reaparición de esta creadora 80 años tras su muerte es "viento fresco. Es lo mejor que le puede pasar a un historiador de arte, porque hay tanto todavía que descubrir en ella... Puede que lo que sepamos hoy, esté obsoleto dentro de 20 años". Algo cada vez más frecuente.