No sabemos lo que nos llevamos a la boca, no leemos prácticamente nunca los componentes de unas galletas, de los cereales, de un alimento ultraprocesado, de casi nada. Y no solo ignoramos la posible toxicidad de esos ingredientes, sino también la procedencia de los mismos. Por ejemplo, el aceite de palma, potencialmente perjudicial para la salud porque contiene un elevado porcentaje de grasas saturadas, en países como Indonesia está provocando crímenes ecológicos y una desforestación masiva de bosques primarios para su cultivo.
Porque dicho producto no solo es consumido por los humanos aunque ni se enteren, también lo utilizan en la fabricación de jabones, detergentes, cosméticos, tinta para impresión... Carol, la madre de Martin, no sabía ni una palabra sobre toda esta historia hasta que el joven acaba siendo injustamente condenado a muerte en aquel país tras una espantosa matanza durante la celebración de una boda y la desaparición de una activista bastante incómoda. Carole, viuda, profesora, francesa como su hijo antropólogo, decide emprender una lucha angustiosa para salvarlo. Pero un sistema absolutamente corrompido y los lobbies industriales harán cuanto esté en sus manos para evitarlo.
Y mientras Martin sobrevive en una cárcel abarrotada donde un policía puede pegarte un tiro de noche y ejecutar de bote pronto la «sentencia», Carole va descubriendo una realidad política y económica aberrante a la que resulta muy difícil, por no decir imposible, vencer. Thriller con un profundo, muy convincente en su planteamiento y desarrollo, mensaje de denuncia que consigue atrapar al espectador en la pesadilla que padecen ambos personajes. Y, que, con un poco de suerte, conseguirá que la próxima vez leamos alguna que otra etiqueta.
Lo mejor:
Una excelente, entregadísima Alexandra Lamy en el papel de esta incansable madre coraje
Lo peor:
Que, por mucho que se denuncie una terrible realidad, seguimos cargándonos el planeta