Estamos en un tren de Madrid camino a Ávila. A medio trayecto miramos por la ventana. Y en ese rectángulo perfecto se vislumbra un paisaje particular. La sierra abulense, en mitad de la meseta, que aparece completamente desprovista. De repente, unos bloques graníticos, fracturados y esculpidos como intencionadamente por la naturaleza. Raúl Almenara, arquitecto de profesión y artista de corazón, se queda absorbido por esa escena frente a sus ojos. Le sorprende la perfección con la que ha sido colocada cada piedra como por arte de magia en medio de la nada.
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