inlandia es mucho más que nieve, frío y Papá Noel (que también). Prueba de ello son las pequeñas joyas que nos deja Helsinki en una visita exprés de 48 horas. La capital finlandesa desde 1812 (anteriormente ubicada en Turku) acoge la herencia de una historia marcada por el dominio sueco y ruso, y sus ansias de europeizarse. Una tierra bañada por el Báltico que, tras 107 años de independencia, se ha consagrado como el país más feliz del mundo, según el Informe Mundial de la Felicidad. Dicen que su alta calidad de vida, su fuerte sistema de bienestar social, seguridad y confianza entre los ciudadanos la convierten en el «place to live». Vamos a comprobarlo.
Nos encontramos con nuestro guía, Ed, en el corazón de la ciudad, en el Parque Esplanadi, donde se erige la estatua de Johan Ludvig Runeberg, considerado el poeta nacional de Finlandia. Si observamos las calles a nuestro alrededor buscando su nombre, veremos que en los rótulos adheridos a las fachadas no aparece el nombre, sino figuras de animales, una tradición (ya en desuso) que antiguamente ayudaba a aquellos que no sabían leer.
En la ciudad se puede degustar un rico maridaje de pasado y presente en cada uno de sus rincones. Avanzamos hasta la Plaza del Senado, coronada por la catedral de Helsinki, uno de los edificios más icónicos. Como anécdota: esta catedral no tiene campanario; de hecho, lo instalaron más tarde en dos pequeñas casetas aledañas. Tampoco la entrada principal mira hacia el centro de la plaza, sino hacia un lateral, la Calle Unión, a donde también dirigen su mirada los crucifijos, ya que esta era «la calle más larga», la que unía Finlandia con Rusia.
Si de templos religiosos se trata, visiten la Iglesia de Temppeliaukio (Iglesia en la Roca), excavada directamente en una formación rocosa, un paradigma de la creatividad arquitectónica finlandesa. Tampoco deben pasar por alto la Uspenski, la iglesia ortodoxa más grande de Europa occidental. Inaugurada en 1868, se erige sobre una colina en el distrito de Katajanokka, ofreciendo vistas panorámicas de la ciudad y del puerto.
Precisamente hasta allí nos dirigimos, hasta la Plaza del Mercado del puerto (Kauppatori), donde los comerciantes venden todo tipo de productos del mar. Este mercado al aire libre, ubicado en la costa del golfo de Finlandia, es el lugar ideal para degustar especialidades locales como el salmón fresco o el pan de centeno. No es raro ver barcos de pesca, ferris y pequeñas embarcaciones que se dirigen hacia las islas cercanas.
Nosotros cogemos uno para dirigirnos hacia la isla de Lonna y disfrutar de una tarde en una auténtica sauna finlandesa, una práctica convertida en institución en el país. En Finlandia, según Visit Finland, se estima que hay más de tres millones de saunas para una población de poco más de cinco millones de personas. Además, lo bueno es dar con una auténtica, como la de la isla de Lonna, alejada del turismo. En poco más de 10 minutos llegamos a esta isla, donde solo hay una sauna y un restaurante para reponerse tras los baños de vapor. Entre sesión y sesión de calor, nos bañamos en el Báltico, una tradición sanadora muy recomendable.
Si no quieren desplazarse hasta Lonna, en Helsinki, una de las saunas públicas más tradicionales y auténticas es la de Kotiharjun, en el barrio de Kallio, que bien merece una caminata. Advertencia: aquí (a diferencia de las más turísticas) no se usa bañador.
Curiosamente, Helsinki también alberga una extensa red de búnkeres subterráneos, muchos de los cuales fueron construidos durante la Guerra Fría como refugios antiaéreos. Se estima que la ciudad cuenta con más de 500 búnkeres, algunos de los cuales han sido reconvertidos para usos modernos, como estacionamientos, almacenes e incluso centros deportivos.
Pero Helsinki no es solo historia y saunas; también tiene una curiosa y pintoresca vida nocturna. Una de las mayores sorpresas para los visitantes es la pasión de los finlandeses por el karaoke. En la ciudad hay más de 80, una tradición que se popularizó gracias a los eventos «cantarines» que se realizaban en los cruceros que conectan Finlandia con Suecia, conocidos popularmente como los «party cruises» o «booze cruises». Esta afición se popularizó en la década de los setenta y desde entonces se ha convertido en una actividad obligatoria para todo buen lugareño. Busquen el Karaoke Bar Restroom (tiene solera), no les decepcionará. Cojan ticket, agarren el micrófono y déjense llevar: la noche promete.