El politólogo Gonzalo Banda, profesor de la Universidad Católica de Santa María, advierte que como nunca un grupo de políticos con respaldo insignificante se ha aliado y está destruyendo la democracia desde dentro aprovechándose de una sociedad herida para lograr movilizaciones con más fuerza. Reconoce orfandad de representación, una situación preocupante ante una crisis inédita, pero también una oportunindad.
—Dice que, pocas veces, políticos con tan poco respaldo han capturado tanto. ¿Qué pasó?
—A diferencia de otros momentos en los que autócratas con gran respaldo político plebiscitario trataban de copar distintos poderes del Estado, hoy son políticos insignificantes en sus niveles de votación que, en alianza por connivencia, alinean sus intereses y gobiernan como si tuvieran mayorías apabullantes. Están destruyendo el tejido social, el interés general, la democracia desde adentro. Ese fenómeno no había sucedido en los últimos años en Perú.
—Hace no mucho se hablaba de mejorar la representación política con una reforma...
—Los actores que estaban en el establishment político han dejado de tener estímulos para impulsar esa reforma política, sea porque no ven manifestaciones que los impelen a otras agendas o consideran que esa movilización ya languidece, que la sociedad no tiene mecanismos de coordinación que tenía antes. Hay una suerte de orfandad en las élites que movilizan a la población. Los políticos aprovechan esa orfandad de protesta. Ni lo hacen para obtener mejor aprobación. El único estímulo para hacerlo es un estallido social muy contundente y eso está herido en el Perú. Ni tienen en cuenta el cálculo de la próxima elección.
—También se hablaba de avanzar en lucha anticorrupción. ¿Qué volvió a José Domingo Pérez de casi héroe a chivo expiatorio para la impunidad?
—Esa mascarada en el Perú de convertir en héroe a personajes que parecen cumplir su trabajo. Un fiscal que acusa a delincuentes nos parece heroico cuando es su deber. Hemos tenido un montón de villanos discretos y héroes que no han terminado de serlo, que tuvieron cámara y luego palidecieron por ineficacia al no lograr lo esencial. El trabajo de un fiscal es acusar y lograr condena y no ha sido el caso de Pérez. Eso sirvió a los políticos más reacias como chivo expiatorio. Dijeron: ha intentado usar un móvil político para condenar a políticos y no un móvil judicial o penal. Y se llevó el asunto a una discusión política. En el Congreso hacen defensas políticas de las modificaciones al tipo penal (del crimen organizado): defienden con impudicia que no quieren que se use la ley para perseguirlos, quieren que los políticos sean excluidos. Van al otro extremo de Pérez y tratan de birlarle al Estado la posibilidad de acusarlos. Lo están haciendo en nombre de errores de la Fiscalía.
—¿Por qué afirma que hay un terraplanismo legislativo?
—Porque los congresistas insisten, como los terraplanistas, en negar aquello que está probado. Han salido muchos especialistas, criminólogos y exministros del Interior a evidenciar que varias leyes que han aprobado debilitan el combate al crimen organizado. Nos han dado como una decena de razones científicas de que las modificaciones sí podrían tener influencia en la impunidad que buscan las organizaciones criminales. Y los congresistas intentan convencernos de que no, que es una leyenda negra y no están dispuestos a enmendar. Es una necedad tratar de convencer a la gente de que lo negro es blanco y que lo blanco es negro. Sabemos que son flagrantes mentiras, pero ellos están dispuestos a mantenerlas.
—¿Por qué ese permanente divorcio con la población si necesitarán sus votos?
—Los congresistas ya han dejado de representar intereses generales de la población y simplemente se dedican a tratar de justificar intereses patrimoniales del momento. No buscan lo que haría un político: una agenda política, pelear con sus enemigos políticos por que esas ideas se plasmen. No tienen esos intereses, solo cuidan el corto plazo de sobrevivencia patrimonial. También estamos entrando en un espiral ingobernable. Cuando las elecciones tienen costos muy altos para la gente o inexistentes, que las elecciones no les cambian la vida a las personas, el sistema puede quebrarse. Eso está pasando en el Perú: ni el cálculo electoral mueve a los agentes políticos. Es muy peligroso porque se entra en una en una pendiente de ingobernabilidad y en algún momento la gente cansada comenzará a autogestionar ese conflicto. Es decir, intentará salidas alternativas que serán traumáticas, como combatir privadamente esa violencia. Entonces, surgen salidas paraestatales. En todos los países donde ha habido violencia y crimen organizado que ha desbordado, no ha terminado bien. Además, se comienza a cuestionar si las elecciones y la democracia son real mecanismo para resolver los conflictos. Estamos entrando en un terreno un poco desconocido, ya no los problemas de antes, sino más sobre las vidas de personas. Recordemos la época del terrorismo y cómo terminó todo eso. Y que comenzó a llamar la atención de las élites políticas limeñas cuando explotó un coche bomba en Tarata, en Miraflores. Hay que entender ya que el problema del crimen organizado es de todos y no solo de algunos cuantos.
—La fujimorista Juárez dijo: “Ya no son tiempos de Sagasti, no nos presionan...”.
—Están obsesionados con actores políticos que, según ellos, no tienen relevancia política porque no podrían conseguir más allá de dos o tres por ciento de votación popular, pero les atribuyen un poder gigantesco. Han construido una fábula en que estos señores no tienen poder político, pero tienen capturadas instituciones y quieren hacernos convencer de esa leyenda urbana.
—¿La mafia caviar?
Claro, que levantas una piedra y encuentras un caviar espiando. Sería una omnipotencia caviar que vence a todos los actores políticos. Es porque esta derecha peruana, especialmente la fujimorista, se ha vuelto cámara de eco, que leen los únicos periódicos que quieren, escuchan los mismos programas que quieren. Hay una falta de contacto con la realidad de estas élites políticas. Y es una confesión casi de culpa, porque ella está diciendo que no se dejarán manipular por la gente; es decir, que no van a hacerle caso a la gente. Es muy culposo porque está confesando que gobiernan para el interés general.
—¿Y qué hubiera cambiado un adelanto de elecciones?
Hubiera dado al país la posibilidad de reiniciar el tablero político y esos sectores políticos que se consideraron representados en la elección de Pedro Castillo hubieran moderado su discurso político y encontrado otra posible alternativa de representación. Hubiera aligerado algún tipo de tensión democrática con sectores políticos que consideraron que Dina Boluarte los podía haber traicionado. Se hubiera trasladado eso al plano de los votos. No les hubiera devuelto el sentido de la traición. También hubiera devuelto rápidamente los estímulos electorales para los congresistas: tenían que ir a la gente con agendas políticas que les permitieran tener sus votos. Entonces, esas agendas patrimonialistas inmediatas de blindar instituciones, coparlas, esos nombramientos insignificantes en instituciones, esas modificaciones de leyes que han favorecido a sectores de economías ilegales y crimen organizado no hubieran pasado, porque el político tenía que haber respondido al estímulo electoral. Sin esa oportunidad, tienes un montón de crisis: gente en el sur peruano que desconfía de la democracia, sectores informales de la economía que se han sentido no representados y sectores de la economía ilegal y criminal que ahora sienten que, como no hay nadie a cargo que esté velando por el interés general, pueden seguir creciendo. Es un espiral peligroso. La verdadera estabilidad política no dependía del corto plazo en ese momento, sino del mediano plazo, porque minimizando esa crisis se iba a acelerar una reacción más virulenta en el próximo proceso electoral. Quién espera que el 2026 será una elección reflexiva, no cuenta con que la gente está cansada de las opciones políticas tradicionales y eso alimentará discursos políticos bastante radicales.
—¿Hay otra opción menos traumática?
—Sería lo menos esperable porque en momentos críticos la ciudadanía en la historia peruana no ha recurrido a personajes políticos con dones de diálogo y grandes articuladores. En primer lugar, no los tenemos. Ya no existen los Valentín Paniagua, personajes que den esperanza en un transición política. Además, la ciudadanía está un poco cansada el discurso del diálogo, del aspecto consensual. ¿Cuándo has visto un paro para que te dejen trabajar para que no te mueras? Es inédito en Latinoamérica. Si el Estado ni siquiera es capaz de garantizar la seguridad, que es lo mínimo, entonces hay un problema, porque la gente empieza a cansarse.
—Ve una oportunidad, ahora que gremios sindicales y empresariales coinciden en unirnos por una causa común...
Es una oportunidad inédita porque después de mucho tiempo tanto gremios empresariales como los trabajadores convergen en una agenda. Pero quienes se organizan son la ciudadanía, aunque no son parte del establishment político que tiene la inscripción partida y que participará en las elecciones. Es una posible alianza ciudadana, que es un momento importante, pero cuya movilización está muy herida. ¿Quién moviliza esos actores políticos? Es muy difícil que haya una autogestión de toda esta movilización que pueda llevar a los congresistas o los políticos a moverse. ¿Cuál sería el siguiente punto en esa oportunidad? Que los estudiantes se unan. Si tienes estudiantes como masa de movilización y se agregan los sectores de los transportistas, bodegueros y todos, allí la cosa puede cambiar y allí sí puede haber un pulso a los congresistas en un terreno más de elección.