Estas semanas ha habido buenas noticias en el frente económico como la baja en la tasa de inflación que finalmente rompió el 4% y cayó a 3,5% mensual. También bajaron el riesgo país que ya parece estar coqueteando con los tan ansiados mil puntos y la brecha cambiaria, que está en los niveles de principio de año.
Sin desconocer estos importantes éxitos, persisten algunos nubarrones que son los desafíos de la nueva etapa. El principal es el aumento de la pobreza, que por diferentes razones llegó en el primer semestre al 53% y con una tasa de indigencia o pobreza extrema de 18%, números que dan escalofríos.
El aumento en la pobreza no nació de un día para otro ni desaparecerá rápidamente. Hay una pobreza que es coyuntural que seguramente va a bajar a medida que mejoren dos variables claves. Por un lado la inflación, que ya debería estar ayudando con tasas que bajaron de dos dígitos al rango del tres al cuatro por ciento mensual. Después de todo son los pobres los que más sufren la inflación.
La otra variable clave es el crecimiento de la economía y la creación de empleo, que empiezan a observarse, aunque la reactivación es lenta, más en forma de pipa de Nike que en V.
Por otro lado, existe una pobreza estructural que difícilmente pueda ser solucionada por bajas en las tasas de inflación o por el crecimiento económico. Esta pobreza es mucho más difícil de solucionar porque requiere medidas estructurales como más educación, más capacitación e integrarlos a la economía formal. Un desafío enorme que seguramente llevará muchos años.
¿Qué se puede hacer para que la economía vuelva a un crecimiento vigoroso? No hay duda de que la Argentina tiene los recursos para crecer. No hay más que pensar en el agro, la agroindustria, los productos de las economías regionales, el potencial que hay en petróleo y gas, en minería, en las empresas tecnológicas, en el turismo, en los recursos humanos, y por la capacidad emprendedora que han llevado a que nacieran empresas de nivel internacional y tantos otros sectores.
Sin embargo, los recursos no alcanzan. Es necesario que se pongan en marcha y la gran pregunta es qué hace falta. Lamentablemente no hay recetas mágicas y tampoco hay certeza de cuáles son los disparadores que hacen que de repente una economía empiece un sendero de crecimiento. Sí se sabe que un factor central es la estabilidad macroeconómica.
En ese sentido la Argentina ha avanzado y mucho. El déficit cero es sin duda la piedra basal sobre la que de a poco se van asentando las diferentes políticas económicas para que vuelva el crecimiento. Pero el déficit fiscal es sólo la base, no alcanza por sí mismo para crecer, no alcanza para eliminar la pobreza, no alcanza para aumentar la eficiencia y la competitividad de la economía, ni siquiera es suficiente para bajar la inflación. Estos objetivos necesitan políticas específicas, que gracias al déficit cero pueden ser efectivas.
Para mejorar la eficiencia y la competitividad van a ser necesarias las reformas estructurales, que están avanzando al ritmo de trabajo del ‘Coloso', que en su cruzada por desregular avanza con prisa y sin pausa.
También está la lucha contra la inflación, donde el Gobierno avanzó más rápido de lo que muchos economistas (entre los que me encuentro) pensábamos. Seguramente se seguirá avanzando, aunque es muy probable que el ritmo de reducción de la inflación sea más lento, aunque no por eso menos meritorio y ayudará a bajar la pobreza.
Dentro de un panorama que luce favorable para que se reactive la economía hay un tema que sigue siendo espinoso: el cepo cambiario que es una piedra en el zapato para la inversión.
¿Por qué el cepo les molesta a los inversores? En primer lugar, no entienden cómo un Gobierno que pone las energías en desregular, privatizar, y defender la libertad de precios sigue teniendo maniatado al tipo de cambio. Segundo, está el argumento de que si el Gobierno no saca el cepo es porque teme que pase algo ‘malo'. Y ese algo es seguramente la unificación del tipo de cambio. El no saber cuándo y a cuánto se unificará tiende a frenar la inversión y muchas decisiones cruciales. La economía puede crecer con cepo, pero menos de lo que crecería si las empresas pudieran funcionar con un mercado cambiario sin restricciones y con la posibilidad de girar fondos al exterior.
¿Es posible sacar el cepo? Desde un punto de vista técnico sí, gracias al déficit cero, porque la brecha es chica y porque el Banco Central ha ganado mucha credibilidad en la gestión de Santiago Bausili, un tema que en política monetaria y cambiaria es crucial.
Un argumento que se escucha es que todavía hay empresas que tienen muchos dividendos, préstamos inter-company y otros pagos que si se saca el cepo le pondrían mucha presión al tipo de cambio y podrían desestabilizar la inflación. La misma duda había con los u$s52.000 millones de importaciones que se solucionaron con los Bonares sin muchos efectos negativos.
Por último, otra forma posible de lidiar con el cepo sería liberar los flujos (o sea todas las nuevas operaciones) y mantenerlo para las transacciones que hoy están ‘encepadas' (los stocks), fijando un cronograma para que las empresas sepan cómo se van a girar los fondos en el futuro.
Además, la eliminación del cepo seguramente contribuiría a acelerar la reducción del riesgo país. Aunque este ya se encuentra en los niveles más bajos de los últimos años, habiendo bajado de un pico de 2600 puntos durante el ‘gobierno' de Sergio Massa, todavía no es lo suficientemente bajo. Aún hace falta una mayor disminución para poder acceder al crédito internacional a tasas de interés razonables.
Sacar el cepo tiene costos, principalmente puede subir inflación y poner en peligro la reactivación económica y la imagen del Gobierno. Pero mantenerlo también tiene costos, principalmente menos inversión, una reactivación económica más lenta, mantener un riesgo país más alto, menos reservas y una menor reducción de la pobreza. Al final la decisión de cómo y cuándo hacerlo va a ser política, con todo lo que eso implica.