El martes recibimos la noticia de que la Academia Sueca de Ciencias, que otorga los premios nobel en el campo de la física, concedió el galardón a un físico y un psicólogo por el desarrollo de las redes neuronales que emulan nuestro cerebro en algunos procesos cognitivos.
No dudo de la calidad del trabajo de los galardonados; no obstante, este, que debe ser absolutamente complicado, ya había sido precedido por investigaciones que han permitido que las computadoras realicen cálculos lógicos y matemáticos en segundos, lo que tomaría a nuestros cerebros meses y años.
Igualmente, se ha conseguido que las máquinas amplíen nuestra capacidad auditiva al transformar vibraciones en el espacio que no son percibidas por nuestros oídos en vibraciones que sí podemos percibir, para que nuestros nervios las transformen en impulsos eléctricos que producen sonidos antes inaudibles. Lo mismo ha ocurrido con nuestra capacidad de ver mediante telescopios o microscopios lo que no es captado por nuestros ojos.
La novedad del trabajo de los que recibieron el Premio Nobel, según noticias difundidas, consiste en que la máquina reconozca y clasifique lo que se le presente (¿cómo se le presentará?) para que tome una decisión inteligente, es decir, que la máquina aprenda mediante repetición topológica, prueba y error, análisis y memoria. Por ejemplo, debe aprender el concepto de “tigre” (esto es, que aprenda a hablar tal como lo hacen los niños) y sepa reconocer en la información que le llega la presencia cercana de un tigre para que tome decisiones pertinentes frente a él.
Ciertamente, así trabaja nuestro cerebro, a partir de los estímulos externos que recibe mediante los órganos sensoriales, tales como sonidos, olores, colores, texturas y temperaturas. (Los físicos aún debaten sobre la naturaleza de dichos estímulos sensoriales: ¿son ondas, partículas o quanta? Además, ¿cómo unifica o sintetiza el cerebro en objetos lo que recibe por distintos sentidos? Porque esta unificación de las percepciones en objetos es aparentemente aportada por nuestro cerebro).
Los niños aprenden a reconocer, por comparación y ostensión topológica, a través de un proceso largo y complicado, aquellos aspectos o propiedades esenciales que debe presentar un tigre para clasificar algún objeto como tigre.
Es mucho lo que falta por descubrir claramente sobre el proceso de adquisición de un concepto que nos permita afirmar que un objeto tiene las propiedades para clasificarlo como miembro de un conjunto de objetos. Ese es precisamente el trabajo que los galardonados han llevado a cabo: cómo aprende una máquina conceptos y los aplica, es decir, cómo aprende a hablar.
Desde luego, es un enorme paso para llegar algún día a replicar nuestras redes neuronales, producto, sin duda alguna (porque así lo afirma la ciencia, siempre sujeta a rectificaciones ulteriores), de la evolución de algunas bacterias unicelulares que Dios quiso que llegaran o emergieran en el planeta Tierra y que, durante 3.800 millones de años, han ido evolucionando.
Esta evolución fue causada y casi exigida por la necesidad innata de sobrevivir en un entorno específico, provisto por la naturaleza con todas sus características químicas y físicas, también en evolución o desarrollo, para dar lugar al Homo sapiens. Homo que, por sapiens, es capaz de cambiar el entorno natural que le proporcionó el contexto para desarrollarse y sobrevivir. Pero suficientemente “homo imbecilis”, porque, pese a que el Creador nos permitió hacer el viaje evolutivo, lo utilizamos para destruirnos con maquinaria cuyo valor o costo bien podría alimentar a todos los habitantes de la Tierra para proseguir felices y contentos en nuestro viaje de desarrollo y conocimiento.
La autora es filósofa.
