Este lunes, el piloto de F1
Franco Colapinto visitaba
‘El Hormiguero’.
Pablo Motos se encontró, posiblemente, con uno de los invitados que más ganas tenía de hablar. El argentino se explayaba en las respuestas, sin prisas, incluso anticipando una media sonrisa para crear cierto suspense sobre lo que iba a contar. Sucedió algo que no es habitual en el programa: Colapinto desconocía las características propias de la emisión: escuchaba las voces de
Trancas y
Barrancas pero no sabía de dónde provenían, alucinó al descubrir que se trataba de dos muñecos de felpa que se escondían debajo de la mesa, se sorprendía descubriendo que Motos leía las preguntas escritas en el cue e incluso parecía asombrarse por la repercusión que le aseguraban que tenía el programa a nivel de audiencia. Es lo mejor le puede pasar al programa. Un invitado ajeno a las dinámicas creadas. Porque si algo le ha sucedido a ‘El Hormiguero’ a lo largo de tantos años es que ha acabado por uniformizar las conversaciones, que ya resultan previsibles. Los entrevistados ya saben a lo que van y cómo comportarse. Incluso acaban yendo a remolque de los tópicos y estereotipos que ha consolidado Motos en sus entrevistas.
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