Tras
la conquista de Granada,
Castilla había culminado su expansión peninsular. Su consolidación como Estado absoluto le exigía
seguir con las conquistas y la expansión comercial, pero ahora solo podía hacerlo hacia el norte de África y, sobre todo,
hacia el océano Atlántico, en busca de nuevas rutas que la acercasen a
las soñadas Indias en donde obtener los exóticos productos.
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