Decía un historiador norteamericano que George Raft poco tenía que hacer en el hotel Capri, de La Habana, excepto estar allí y dejarse ver. La gerencia lo contrató como jefe de relaciones públicas del hotel y anfitrión de su casino de juegos. Su intervención sería decisiva cuando, en la madrugada del 1 de enero de 1959, un grupo de hombres y mujeres asaltaron la sala de juego del establecimiento hotelero.
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