Dicen que el secreto mejor guardado de París es su voluble climatología, al menos desde el punto de vista del que viene de un país con alma mediterránea, y es habitual que una llorona e infinita nube cubra a la Ciudad de la Luz desde septiembre hasta marzo. En los días previos a que finalicen los Juegos la teoría se hace realidad y la urbe muestra su cara más tristona pese a que por sus esquinas aún rugen con fuerza los Paralímpicos y sus superhéroes. Llueve, hace frío, pero eso no es excusa para no acercarse a la Villa Olímpica . Hasta siete controles policiales hay que atravesar para llegar a sus inmediaciones. Los helicópteros vigilan desde las alturas y las lanchas controlan el perímetro al mismo tiempo que generan olas en el Sena. Las medidas de seguridad son dignas de la base de una maligna organización que pretende dominar el mundo, pero la espera merece la pena. El edificio central impresiona, con banderas de los lugares más recónditos del mundo conocido, un digno heredero de la Torre de Babel , pues en su interior se hablan 168 lenguas diferentes y parece que aspira a tocar el cielo. De la nada aparece Teresa Perales en su silla de ruedas eléctrica y embutida en un grueso abrigo. «Vaya tiempo de mierda, ¿eh?». La zona de prensa no está a la altura del resto del complejo y toca entrevistar a una leyenda viva en un cuartucho gris, de baja temperatura y poco iluminado, más propio de un interrogatorio de la CIA a contrarreloj que de la celebración de un hecho deportivo sin precedentes. Pero la sonrisa y las frases de la nadadora, que ha accedido a charlar con ABC solo 48 horas después de lograr su medalla número 28 en unos Juegos , esa que le ha permitido con 48 años igualar al mito Michael Phelps, iluminan la sala por completo. Está agotada en el plano físico, su móvil acumula más de 300 mensajes y no para de recibir llamadas de otros medios que intentan contactarla. Pero su sonrisa, esa sonrisa, es la que permite ver que está en uno de los mejores momentos de su carrera. «No me siento una superheroína, solo una persona muy afortunada», responde, muy modesta pese a que reconoce que tiene tantas medallas, un total de 92 entre Juegos, Mundiales y Europeos, que debe repartirlas en varias maletas por su casa. Parece un invento de la prensa, pero Perales se siente completa porque lleva a la caza del norteamericano los últimos 12 años. «Recuerdo que en Londres 2012 un periodista tituló así. 'La sirena del Ebro iguala las 22 medallas del tiburón de Baltimore'. Aquello significó un punto y aparte para mi carrera, porque todo el mundo comenzó a hablar de Teresa Perales en el plano nacional. Antes no me conocía casi nadie fuera de Aragón. Entonces, en Río, Michael sumó otras siete y ahí es cuando me propuse alcanzarle. Gané una en Tokio y ahora una en París. Creo que es una historia muy intensa y es lo que hace que esta medalla haya sido mucho más épica que las 27 anteriores» reflexiona la maña. Una hazaña solo superada por el galardón del P remio Princesa de Asturias de los Deportes que recibió en 2021 para convertirse en la primera deportista paralímpica en conseguirlo. «Es el logro de mi carrera que más intensamente he vivido. Es algo no buscado, yo no me presento ni puedo competir por conseguirlo como una medalla. Pero cuando recibí la llamada de un número oculto el día de las nominaciones, el corazón casi se me sale por la boca». Ese bronce en los 50 metros a espalda fue épico en titular y en contenido, pues Perales tuvo que remontar, al puro estilo de su querido Real Madrid , y tocó la pared con solo dos centésimas de ventaja sobre la italiana Ángela Procida, que fue cuarta clasificada. «No me enteré de nada durante la carrera, cortocircuité como 40 veces. No veía dónde estaba y creo que, sinceramente, nadé francamente mal. No sabía a qué altura estaban mis rivales y cuando llegué y toqué el marcador estaba muy desorientada. Entonces miré el marcador y vi que el número tres estaba al lado de mi nombre. Fue increíble. Llegó mi entrenador y mi auxiliar y cuando les vi romper a llorar, sabía que lo había logrado», narra Perales sobre su gesta. De hecho, las lágrimas fueron el hilo conductor de los minutos posteriores a su bronce, llorando desde periodistas hasta el cuerpo técnico pasando por miembros del Comité Paralímpico. La única que mantenía una pose mucho más serena entre tanta lágrima y felicidad era la Reina Letizia, con la que Perales tiene una gran relación y que se desplazó a la piscina de La Défense exclusivamente para apoyar a la zaragozana. «Nuestra charla podía haber sido de cinco minutos, pero fue de más de 20. Nos conocemos desde hace muchos años y es una familia a la que a todos les gusta mucho el deporte, especialmente a ella. Cuida mucho la alimentación y la forma física, entrena mucho para estar en perfecta forma. Además, siempre le sale la vena periodística. Se informa muy bien de todo y tiene una memoria increíble. Incluso me dice datos de mi carrera que ni yo misma recuerdo. Fue muy bonito porque le pude presentar a todo mi equipo y enseñarle que aunque sea yo la que salte a la piscina, hay mucha gente detrás de mis éxitos». A Perales se le hizo un poco largo el protocolo y el saludo a las autoridades. Solo quería abrazar a los que han sido sus dos grandes pilares en las dos últimas décadas, su marido Mariano y su hijo, que lleva el nombre de su padre y que tiene 14 años. Apenas pudo estar diez minutos con ellos tras la ceremonia de medallas, pero los tres eran conscientes de que se cerraba un círculo maravilloso en la capital francesa. «Cualquiera que me oiga pensará que vivo en una película de Disney, pero a mí me encanta. Hace 20 años, el ocho de enero de 2004, mi marido me pidió matrimonio en lo alto de la Torre Eiffel . Entonces, cuando me enteré que las medallas tenían fragmentos de la estructura que habían ido sobrando de las reformas, supe que tenía que ser aquí. También se cumplían tres años de mi plata en Tokio y 12 del momento en el que igualé por primera vez a Phelps. Incluso aquí me llaman 'señora' porque hace una década me concedieron la medalla de oro de las Juventudes y el Deporte de Francia, y eso te convierte en señora de Francia. No sé, eran demasiadas cosas. Tenía que ser en París». Su amabilidad y fantástica retórica no disimulan una ambición de élite y los Juegos de Los Angeles de 2028 son una meta absoluta para la zaragozana. Pero cuatro años separan esta conversación de la cita estadounidense y ahora a Perales le toca volver a su vida cotidiana, esa que no aparece en las crónicas deportivas. La atleta, además de entrenar con una regularidad militar y tras un breve paso por la política aragonesa, se dedica a impartir charlas de motivación desde Zaragoza a Zúrich, predicando con el ejemplo de cómo una persona que perdió la sensibilidad de las piernas con 19 años tras sufrir una neuropatía puede llegar a lo más alto del deporte. «No hay dos Teresas. Cuando estoy con mi familia, doy abrazos y reparto sonrisas y besos. Y cuando estoy en las conferencias, pues lo mismo. Lo único que he intentado toda mi vida es rodearme de gente bonita, y eso, con mi familia, lo tengo cubierto». Firme discurso que solo flaquea cuando se le pregunta por su hijo, su debilidad. «Nunca le he visto tan feliz y orgulloso como en La Défense. '¿Ves cómo tenía razón, mamá? La gente no me creía pero yo sabía que ganarías', me dijo tras la final». Es un chico fantástico, muy inteligente y muy sociable. Lo mismo le da hablar con un compañero de colegio que con el Rey». Perales ejerce un magnetismo brutal cuando toma la palabra y uno envidia a los miles de asistentes a los que ha inspirado en los últimos años. De hecho, solo frunce el gesto cuando se abre el melón de la dependencia. Desde que tuvo que sentarse en la silla de ruedas con 19 años , su «cabezonería» la ha convertido en una persona muy autónoma. Pero la luxación que sufrió en el hombro en 2020, esa que le ha llenado el cuerpo de dolor y que la ha obligado a nadar con una sola mano en París 2024, la ha devuelto a una realidad que pensaba ya superada. «Ahora necesito ayuda para entrar y salir del agua, también para vestirme o incluso para meterme en la cama. He tenido que dejar la silla de ruedas y usar la eléctrica. Ha sido muy duro, la verdad. No es que no fuera lo suficientemente humilde como para pedir ayuda. Simplemente, pensaba que si podía hacerlo yo misma no tenía excusa para no intentarlo. ¿Pido ayuda para que me resulte más cómodo o pido ayuda porque no me queda más remedio? Es una decisión que va muy unida con la dignidad humana . Luego, cuando maduras, asumes que es una tontería que está en tu cabeza, pero es una de las cosas que más me ha costado en mi vida. Me he dado cuenta de que no puedo privar a mis seres queridos de la felicidad que les proporciona poder ayudarme».
