Cayó la noticia como un jarro de agua fría, o como un cubata recién pedido, en el grupo de WhatsApp de mis colegas. «Chavales, parece que definitivamente cierra Casino». Al haberlo escuchado tantas veces durante los últimos años, eterna pesadilla recurrente, hubo quien no le dio credibilidad al anuncio. Pero esta vez iba en serio, la historia de uno de los enclaves más famosos del ocio nocturno sevillano había llegado a su fin. Cuando cierra una discoteca muere una parte del chaval que fuiste, perecen las oscuridades clarificadoras de los excesos, se regurgitan noches que pasaron, cementerio de miradas, de canciones que hoy no sabrías tararear, de hielos derretidos en el cóctel de una nostalgia a estrenar. Cristales rotos sobre...
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