Si abriésemos el armario de cada miembro de una pareja, seguramente nos sorprenderíamos al ver entre todas las prendas una cantidad considerable de camisetas, sudaderas y pantalones de deporte que no le pertenece. Entonces, ¿de dónde ha salido toda esa ropa? Probablemente de la cómoda de su novio o novia, sustraído con o sin permiso en un día juntos, o aprovechando una ocasión de préstamos cuyo retorno jamás se efectuará.
La incógnita que aquí se abre, lógicamente, es el por qué nos convertimos en 'amantes de lo ajeno' hacia la ropa de nuestra pareja. Y es que, como para todo en el vida, la ciencia parece tener aquí una explicación razonable para este comportamiento humano. Un estudio realizado en la Universidad de Columbia Británica (UBC, por sus siglas en inglés) habría hallado un pretexto científico al fenómeno.
Y es que más allá del juego o un pequeño placer por el robo (no confundir con la cleptomanía), esta práctica tan común entre las parejas parece incluso ser beneficiosa para la relación. A la luz de las conclusiones de los investigadores, podría llegar a afirmarse que, de hecho, pareciese reducir los niveles de estrés y mejorar la percepción física de uno mismo.
Existe una conducta más relacionada con el terreno de lo erótico que con el de lo afectuoso que se conoce como 'cleptofilia', una clase de excitación especial por el robo de prendas de ropa íntima de otra persona antes o después de mantener relaciones sexuales con ella. Se trata de una práctica mucho más común de lo que parece, ya que está muy invisibilizada porque casi siempre se realiza en secreto.
Se trata del robo de prendas de ropa entre parejas, especialmente de camisetas. Y es que, según ha descubierto el estudio de la UBC tras una serie de experimentos sociales, esta clase de pequeños hurtos inocentes podrían tener alguna relación con las hormonas y con la la atracción y el cuidado vinculados con la persona que se ama y su olor.
Para el experimento, se reclutó a 96 parejas heterosexuales, no por su orientación sexual, sino porque los hombres, de media, producen más olor corporal, y las mujeres normalmente tienen un olfato más sensible. Se le pidió a los varones que llevasen puesta una camiseta blanca básica durante 24 horas, sin utilizar desodorante, fumar o tomar alimentos con ajo para no contaminar la muestra.
Al día siguiente, las prendas se recogieron y se congelaron en bolsas individuales, lo que ayuda a preservar sus olores. Después, se puso a las mujeres, una a una, a resolver operaciones matemáticas y, periódicamente, se recogían datos sobre su nivel de estrés, tanto en cuestionario de autopercepción como en muestras de saliva. Mientras las chicas trataban de resolver los problemas, se les dio a oler tres camisas: la de su pareja, la de un desconocido y otra más limpia.
Lo que los investigadores pudieron observar con datos resultó sorprendente: al reconocer el olor de su pareja, la mayoría de mujeres se sintieron menos estresadas, según lo que indicaban sus niveles de la hormona cortisol. Sin embargo, cuando se les dio a oler la camiseta de un desconocido, sus niveles de estrés aumentaron. Al llevarse a la nariz la preda limpia, prácticamente no varió su respuesta.
Confirmaron lo que ya sospechaban, que el olor del ser querido puede reducir ampliamente los niveles de estrés de la otra persona. Antiguamente se dejaba 'en prenda' algún pañuelo o pieza de tela al enamorado, especialmente si no se iban a volver a ver a menudo, asegurándose de que estuviese bien repleto del perfume u olor corporal de la persona. Y esta práctica, que ahora parece desactualizada, vemos ahora cómo parece tener una razón de ser.
Existe un instante en toda interacción afectivo-sexual con otra persona en la que uno sabe que, quizá, el último encuentro amoroso significó algo más que una simple noche de pasión. Al día siguiente, cuando la otra persona ya se marchó, se queda uno un tiempo de más tumbado en la cama porque, sin saber muy bien por qué, se siente atraído hacia el contacto con las sábanas. Al notar el olor del amante impregnado en el lecho donde durmieron juntos, de repente uno descubre que le reconforta ese aroma, y piensa que, tal vez, no le importaría que invadiese su pituitaria muchos más días, que quizá eso que perciben sus sentidos pueda ser enamoramiento.