Primero, un poco de contexto sobre el título de esta columna. No pretende ser mordaz, irrespetuoso, ni peyorativo, o al menos no del todo. Lo que busco es abordar el capítulo 3, Cómo adueñarse legalmente de una persona, del libro Jugarse la piel, de Nassim Nicholas Taleb.
Taleb, conocido por su estilo irreverente y polarizante, logra en este capítulo desafiar nuestras ideas convencionales, especialmente en lo que respecta a quienes somos empleados. Pero más allá de eso, reflexionemos sobre lo que plantea. Y sí, a partir de aquí, habré de hacer un espóiler (o “destripe”, como sugiere la RAE) de dicho capítulo.
Para desarrollar su idea, Taleb parte de un ejemplo: el dueño de una pequeña compañía de aviación que, en lugar de contratar a los pilotos como empleados, los contrata por honorarios. Esto le permite ahorrar dinero y maximizar sus ingresos. Todo marcha bien hasta que un día el piloto prefiere trabajar para otro, dejando al empresario en una situación complicada y con vuelos por despachar.
A pesar de las amenazas del empresario de reclamar daños y perjuicios, el piloto opta por pagar la penalidad contemplada en el contrato, ya que la nueva oportunidad es mucho más lucrativa. En este punto, el empresario reflexiona: “Si Bob (nombre ficticio del piloto) fuera un esclavo, alguien de mi propiedad, estas cosas no pasarían. ¿Esclavo? Un momento… ¡Esto no es algo que un empleado pueda hacer!”
Taleb señala que un empleado no puede hacer eso, irse de buenas a primeras, porque tiene una reputación que cuidar (aunque hoy en día esto último sería discutible). Y aunque los empleados pueden ser perezosos y hay que pagarles incluso cuando no hay trabajo, no te dejan tirado en un momento crítico. Lo que el empresario compra, afirma Taleb, es fiabilidad y sumisión.
A cambio de esa fiabilidad y sumisión del empleado, y de “privarse de su libertad durante nueve horas al día, llegando puntualmente a la oficina cada mañana, dejando de lado su propio horario […] encuentra un sobre en su mesa el último día del mes”. Además, “el mejor esclavo es aquel al que pagas más de lo que corresponde: él lo sabe, y por eso le aterra perder su estatus”.
El empleado, en resumen, se convierte en una “persona de empresa”.
¿Y qué es una “persona de empresa”? Es aquella cuya identidad está impregnada por la imagen que la empresa proyecta en él. Adopta el aspecto e incluso el lenguaje que la compañía espera. Su vida social está tan vinculada a la organización que dejarla le supone un gran castigo.
Hoy en día, reflexiona Taleb, dado que las personas ya no permanecen en la misma organización hasta su jubilación, la “persona de empresa” está siendo reemplazada por los “sujetos empleables”. Es decir, personas que se preocupan por poder encontrar, en un momento dado, trabajo en cualquier organización.
Claro, precisa Taleb, también hay empleados que no son esclavos, pero estos son muy pocos y difíciles de encontrar. Para identificarlos, basta con buscar a aquellos a los que “les importa un comino su reputación dentro de la empresa”.
Más allá de lo que plantea el autor, y aunque podamos estar o no de acuerdo, e incluso sentirnos incómodos y ofendidos por sus palabras, no debemos tomarlas a pie juntillas y buscar esa “supuesta libertad” (que tampoco lo es tanto) y decidir dejar de ser empleados para convertirnos en empresarios. Las hipotecas, colegiaturas y letras del carro no se pagan solas.
O como menciona Taleb en algún momento del mismo capítulo tres, “la libertad va asociada a la adopción de riesgos… y lo importante no es lo que una persona tiene o no tiene; es lo que teme perder, ya que cuanto más tienes que perder, más frágil eres”.
Epílogo: Antes de que la reforma de AMLO elimine al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el informe 2024 de esta organización advierte que, a pesar de los avances en la reducción de la pobreza durante la actual administración, persisten rezagos significativos en sectores vulnerables como niños, jóvenes, mujeres, indígenas y personas con discapacidad.
Particularmente, las mujeres enfrentan serios obstáculos para acceder al mercado laboral, y las políticas implementadas han resultado insuficientes para asegurar su plena participación económica.
Por otro lado, los jóvenes enfrentan una alta tasa de desempleo juvenil, y muchos se encuentran en empleos informales o de baja calidad. La falta de programas de capacitación y oportunidades de empleo adecuadas agravan esta situación, limitando el potencial de desarrollo económico y social de los jóvenes mexicanos.
Quizá por eso quieren desaparecer al Coneval. O tal vez para cuando leas esto, ya lo habrán hecho… en fin.
El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.
Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx