Siempre supone una emoción indescriptible acompañar a un pontífice en un viaje a bordo del vuelo papal, aunque uno haya perdido la cuenta de cuántos acumula como comunicador. En esta ocasión, es todavía más especial, a sabiendas de que hemos emprendido la peregrinación más larga de los cuarenta y cinco hasta ahora protagonizados por Francisco.
Fueron trece horas y cuarto las que duró el trayecto de más de once mil kilómetros que separan Roma de Yakarta. Estaba previsto que el imponente Airbus 330 de la ITA airways despegase del aeropuerto de Fiumicino a las cinco y cuarto de la tarde y el Papa llegó justo algunos minutos antes porque se había «entretenido» en Casa Santa Marta, recibiendo a un grupo de desheredados y personas sin techo que había reunido el cardenal Konrad Krajewski, prefecto del Dicasterio de la Caridad, que antes llevaba el histórico título de «limosnero de Su Santidad».
Cuando el comandante alcanzó la velocidad de crucero, Francisco se acercó a la zona posterior del aparato donde viajamos los ochenta periodistas que le acompañamos en esta aventura. Saludó uno a uno a cada uno de los comunicadores y nos dirigió unas palabras de saludo y agradecimiento: «Os agradezco el venir a este viaje. Os agradezco la compañía en este viaje tan largo, que creo que es el más largo que he hecho».
El momento más emocionante de este encuentro lo protagonizó Eva Fernández. Nuestra compañera de la Cope había recibido de la familia de Mateo, el pequeño asesinado en la localidad toledana de Mocejón, una camiseta roja del niño y una emotiva carta de su madre. El Papa firmó la camiseta que será devuelta a la familia y confió la carta a uno de sus colaboradores. No me extrañaría que más adelante Francisco quiera manifestarle su solidaridad de alguna manera más directa. Lo cierto es que, al trascender la noticia, el portavoz de la familia de Mateo, Asell Sánchez, expuso en sus redes sociales que «es un gesto muy bonito que nos reconforta en estos momentos tan difíciles». «Hay imágenes que hablan directamente al corazón. Ensalzo el bonito gesto del Papa», compartía por su parte el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page.
La camiseta no fue el único presente que se le entregó al pontífice. El enviado especial de la agencia «France Presse», Clement Melki, le dio una linterna utilizada por un africano rescatado de una muerte segura por el barco Ocean Viking de la ONG SOS Mediterranee. «Doy las gracias por lo que hacen en el mar con los migrantes», dijo Francisco al referirse a estas plataformas solidarias.
Sobre este problema, precisamente el corresponsal en Roma de Radio Nacional, Jorge Barcia, le comentó la gravedad de la crisis migratoria en el archipiélago canario y le pidió que no lo olvidase. «Lo sé, lo sé», fue la lacónica respuesta del Pontífice. En mi caso, al saludarle le hable de la enérgica vuelta al trabajo que implicaba para todos este viaje a comienzo de curso. «Muchas gracias por acompañarme en este viaje», me dijo mientras nos abrazábamos.
Tras este saludo, el Papa se retiró y fueron pasando las horas hasta que aterrizamos en el aeropuerto de la capital de Indonesia. Allí pude ser testigo de una de las ceremonias de bienvenida más austeras que he conocido. Y no por falta de interés del país que acoge, sino a petición de la Santa Sede. El entorno del pontífice advirtió a las autoridades de que la salud del Papa requería algo breve y sencillo y se optó para que sea hoy cuando sea recibido con todos los honores por las principales autoridades del Estado. Así, a los pies del avión se encontraba la guardia de honor y un par de niños que le entregaron un ramo de flores. Junto a ellos, el ministro de Asuntos Religiosos de Indonesia, Yaqut Cholil Qoumas.
Eso sí, a través de un mensaje televisado, el presidente indonesio, Joko Widodo, dio la bienvenida al invitado en una visita que calificó de «muy histórica», tras las de sus sucesores Pablo VI en 1970 y Juan Pablo II en 1989. «Indonesia y el Vaticano tienen el mismo objetivo de promover la paz y la hermandad, así como de asegurar la prosperidad», indicó Widodo.
Poco después Francisco se subió a bordo de un Toyota. Fiel a su estilo, no se trataba de un modelo de alta gama, sino de un turismo, que le llevó hasta la Nunciatura. Ahí tuvo tiempo para encontrarse con un grupo de niños huérfanos, ancianos, enfermos y refugiados a los que atienden las religiosas dominicas, los jesuitas y la Comunidad de Sant’Egidio, el movimiento internacional de laicos que se basa en la oración, los pobres y la paz. El resto de la jornada la dedicó al descanso.
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