Instalados en nuestra burbuja de confort, el problema no nos sacude con un presidente del Gobierno, el nuestro, que ha destrozado España , sino con la vuelta al cole, a la bendita rutina, al retorno al puesto de trabajo. Algo tan banal a una porción de paisanos les destroza los nervios porque, tras la playa o la montaña, las siestas, los baños tonificantes y los helados hidratantes allá en el paseo marítimo pespunteado por criaturas maleducadas que abusan de la paciencia del prójimo, el regreso les fertiliza un trauma postizo denominado «estrés postvacacional». Pobrecillos. Estas almas cándidas, estos espíritus sensibleros, estos corazones folletinescos, representan el fracaso de nuestra sociedad de primer mundo, siempre llorica y feble, siempre quejica y blanda....
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