La estrepitosa derrota de los partidos alemanes en el poder en los estados alemanes de Sajonia y Turingia ha generado una cascada de rumores sobre si el canciller Olaf Scholz puede ser destituido o si su coalición semáforo puede desmoronarse definitivamente. Las conjeturas no son del todo infundadas. Aunque es probable que el Gobierno federal se mantenga unido por pura inercia –y por miedo a la alternativa que se presenta–, no hay dudas de que la victoria arrolladora de AfD en Turingia y su segunda posición en Sajonia han alterado definitivamente el escenario político en Alemania.
Los partidos mayoritarios están atrapados en una especie de movimiento de pinza entre dos vehículos antisistema complementarios. Es la conclusión principal que recogen los datos de la encuesta a pie de urna de Infratest Dimap. Los ultras de Alternativa para Alemania (AfD), que apuestan por el etnonacionalismo, y la más reciente Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), que se muestra escéptica ante la inmigración pero también hace hincapié en la economía redistributiva y en el restablecimiento de las relaciones con el Kremlin, tienen electorados que se solapan pero que son muy distintos.
El perfil de la base de apoyo de AfD en Turingia es especialmente llamativo. El tópico de que el partido depende de los votantes de más edad, llenos de nostalgia por los días de la República Democrática Alemana (RDA) comunista, no podría estar más lejos de la realidad. De hecho, obtuvo mejores resultados entre los menores de 25 años, con el 38% de los votos. También obtuvo el 36% de los votos de los millennials, pero solo el 19% de los votos de los mayores de 70 años.
Su dominio de la Generación Z es extraordinario: ningún otro partido obtuvo ni la mitad de apoyos de este grupo de edad que AfD. Cuando Björn Höcke, el incendiario líder de la AfD en Turingia, afirmó representar al «partido de los jóvenes», no se equivocaba.
Ha habido otros cambios notables. Tradicionalmente, AfD atraía a muchos más hombres que mujeres. Esta vez, sin embargo, fue el partido más popular entre las votantes femeninas. En las anteriores elecciones estatales de Turingia en 2019, el 53% de los simpatizantes de AfD dijeron que se habían pasado al partido principalmente por decepción con el establishment y solo el 39% dijeron que era porque pensaban que tenía las respuestas correctas. Ahora esas proporciones se han invertido: el 40% de los que votaron a AfD dijeron que lo habían hecho como protesta, mientras que el 52% dijo que fue por convicción.
Solo una minoría muy pequeña de estos votantes apoyó a AfD por su postura prorrusa o su negación del cambio climático. En cambio, el 36% de ellos señaló la inmigración como la cuestión más importante y el 35% dijo que era la delincuencia.
Otro dato interesante es cómo ha cambiado la opinión del electorado en general sobre AfD. Un 58% de los votantes –casi el doble de los que realmente apoyaron al partido en las urnas– dijeron que les parecía «bien que AfD quiera poner límites más fuertes a la entrada de inmigrantes y refugiados». Del mismo modo, el 56% dijo que AfD «dice cosas que no se pueden decir en los otros partidos», el 52% quiere que los otros partidos trabajen con ella «caso por caso» y al 40% le gustaría verla formar parte del próximo Gobierno federal. También se la considera más competente que la Unión Cristianodemócrata (CDU) en la mayoría de los ámbitos políticos, aparte de la economía.
En otras palabras, aunque AfD sigue repeliendo a un gran número de ciudadanos de Turingia, hay muchos que la consideran una parte legítima del mobiliario democrático del Estado, aunque ellos mismos no la apoyen.
El BSW, por el contrario, obtuvo la mayor parte de su apoyo de los mayores de 60 años. Sus votantes están desproporcionadamente convencidos de que el este de Alemania tiene una «cultura y mentalidad» diferente de la del oeste y que los alemanes del este son «en muchos aspectos todavía ciudadanos de segunda clase». La «justicia social», los «intereses de Alemania del Este», la política sobre Ucrania y Rusia, la educación y la política de asilo son, por este orden, los principales motivos que mueven al BSW, cuya cabeza visible, Sahra Wagenknecht, nació en Turingia y fue miembro del partido comunista gobernante en la RDA.
Estos datos sugieren que no existe una solución única para que los partidos mayoritarios recuperen a sus votantes perdidos en el este. La respuesta más obvia es endurecer aún más las restricciones a la inmigración irregular, aunque los esfuerzos previos del Gobierno –reforma del sistema de la Unión Europea para redistribuir a los solicitantes de asilo y algunos retoques en las normas de deportación– no parecen haber causado mucha impresión en el electorado.
Tras el atentado terrorista perpetrado en Solingen en agosto, la coalición que lidera Scholz ha deportado a Afganistán a un puñado de solicitantes de asilo rechazados y probablemente reducirá las prestaciones a los recién llegados. Es posible que no pueda hacer mucho más sin tropezar con las mismas limitaciones que han obstaculizado todos los esfuerzos anteriores por parecer duros en esta cuestión.
En 2017, Scholz, que aún no era canciller, expuso de forma meticulosa y reflexiva las dificultades en su libro ‘Hoffnungsland’ (Tierra de esperanza). La mayoría de ellas siguen vigentes. Las expulsiones son jurídicamente complicadas, sobre todo cuando los inmigrantes carecen de documentos o sus países de origen no están dispuestos a acogerlos. Además, las autoridades se ven limitadas por la legislación de la UE y el Convenio Europeo de Derechos Humanos.
Una opción que figuras como el socialdemócrata Dietmar Woidke, actual ministro-presidente de Brandeburgo y aliado de Scholz, proponen consiste en una revisión de raíz de todo lo que ha ido mal en las políticas de asilo de Alemania desde la crisis migratoria de 2015. Sin embargo, esto también podría acabar consolidando el apoyo a AfD, que ha estado defendiendo este argumento todo el tiempo.