El 13 de septiembre de 1974 a las 14:00 horas dos jóvenes franceses, Bernard Oyarzabal y María Lourdes Cristóbal, se sentaron en una mesa de la cafetería Rolando de Madrid. Cuando se fueron, dejaron un artefacto que explosionó a las 14:30. Fue el primer atentado indiscriminado de ETA, una masacre cuya autoría ocultó hasta 2018.
A punto de cumplirse 50 años de ese atentado, que mató a trece personas -once ese mismo día y dos que murieron después- sale a la luz el libro "Dinamita, tuercas y mentiras", de los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza, publicado por Tecnos y apoyado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, cuya sede en Vitoria acoge precisamente una exposición sobre esta acción terrorista.
El atentado tenía como objetivo a los policías que acudían a esa cafetería de la calle del Correo, próxima a la Dirección General de Seguridad, actualmente sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol.
Solo una de las víctimas lo era: Félix Ayuso Pinel, quien falleció el 11 de enero de 1977 como consecuencia de las heridas sufridas en un atentado que también dejó heridas a otras 70 personas.
El libro no relata solo la historia de este atentado, sino que se adentra en la actividad de ETA en el tardofranquismo. Fue el periodo en el que aplicó la estrategia de acción-reacción-acción. Pero, como reza su contraportada, los historiadores del Centro Memorial han querido recuperar la memoria de las víctimas de esta masacre y la de sus familiares, los "grandes olvidados" de esta historia.
Gaizka Fernández lo deja claro en una entrevista con Efe: "Una de las cosas que más nos han repetido las víctimas es que se sentían olvidadas en el 74 y se sienten olvidadas en 2024". "Rolando ha ido borrándose de nuestra memoria. Y eso es muy injusto. La sociedad tenía una deuda. Esa fue la razón que decidió al Centro Memorial a impulsar un proyecto de investigación cuyo resultado se ha plasmado en este libro y la exposición".
El de Rolando fue el primer atentado indiscriminado de ETA, que imitó lo que estaban haciendo otras bandas terroristas. A lo largo de 1974 -recuerda Fernández- el neofascista Ordine Nero y el IRA Provisional utilizaron bombas para cometer atentados indiscriminados en lugares públicos.
"El atentado de Rolando fue la primera vez en España que aparece esta forma de terrorismo indiscriminado, porque hasta ahora habían sido asesinatos individuales, como el de José Antonio Pardines o el de Melitón Manzanas", añade.
ETA no se atribuyó esta masacre. Y no solo eso, sino que mintió. La banda quería asesinar a policías, pero ese día no murió ninguno. Eso originó un debate interno en la organización que duró casi un mes.
Finalmente, la banda decidió echarle la culpa a la ultraderecha y la dictadura franquista, como puede comprobarse en el comunicado que el libro recoge.
Ya desde el 74 hay una "teoría de la conspiración", subraya el autor. Pero "todas las pruebas, absolutamente todas, apuntaban a ETA".
No fue hasta abril de 2018, el año de la disolución de ETA, cuando la banda reconoció la autoría. No lo hizo antes, probablemente, por la "vergüenza de haber mentido".
Fue el primer atentado en el que la banda utilizó metralla. Se conserva la factura de las 1.000 tuercas hexagonales de 2 centímetros que compró Oyarzabal en una ferretería.
Eso indica -recalca el autor- que ETA "claramente quería matar a cuantas más personas mejor, porque puso una bomba en un comedor lleno de gente justo a la hora de la comida y mil tuercas son mil disparos. Los informes forenses reflejan que algunos de los cuerpos estaban como ametrallados".
El libro no se olvida de la red de apoyo que ETA tenía en esa época en Madrid, liderada por Eva Forest, una activista de extrema izquierda casada con el dramaturgo Alfonso Sastre.
Fue ella la que guio a los comandos, la que les proporcionaba la infraestructura, vivienda, auxiliares, contactos, escondites para guardar las armas, zulos. "Sin ella no se hubiera producido la masacre".
Aunque cuando salió de la cárcel el 1 de junio de 1977 se la "blanqueó", las pruebas de su incriminación estaban claras: hizo de chófer para los terroristas, les ayudó en todo, los cobijó en su casa, allí estaban las facturas del reloj de la bomba, de las tuercas... Y cuando la detuvieron intentó implicar tanto a personas ajenas a la trama como al Partido Comunista para despistar a la Policía.
Gracias a la Dirección General de Apoyo a Víctimas del Terrorismo, los autores han entrevistado a supervivientes y a familiares de los fallecidos. Como novedad, el libro, que saldrá a la venta el jueves próximo, incluye un código QR que recoge en algo más de 20 minutos esos testimonios.
"Las de las víctimas mortales son historias terribles, desde el cocinero de la cafetería al que se le cae el techo encima y le mata, hasta dos matrimonios jovencísimos, uno de ellos de viaje de novios, a los que ETA les destruye la vida", relata Fernández.
Historias de gente muy humilde", porque Rolando era un restaurante muy céntrico y, a la vez, barato. Iban turistas, trabajadores, estudiantes, policías...
Fernández explica cómo hasta décadas después de la masacre, las víctimas no recibieron indemnización alguna. "25 años sin que la administración hiciese nada por ellos". Ni lo imprescindible para una vida digna.
"Por ejemplo, los hermanos Barral, que se quedaron huérfanos y se criaron con la abuela en Galicia mientras el abuelo tenía que trabajar en Inglaterra, a veces viviendo al límite", relata.
Y los heridos no tuvieron atención psicológica. "Después de haber pasado una experiencia terrible y tener secuelas físicas graves, nadie le pregunta algo tan mínimo como qué tal estás. Con esa frialdad se trataba a las víctimas", lamenta.
Fernández concluye: "Gracias a la lucha de las asociaciones y a los pasos que fueron dando las instituciones, desde finales de los años noventa eso ha cambiado y ahora España es pionera en atención a las víctimas. Pero tenemos una deuda contraída con las de la etapa anterior y con sus familias".
Sagrario Ortega / Efe