El liderazgo de Pedro Sánchez no está ni ha estado en discusión desde que recuperase las riendas del PSOE en 2017 y pasara a habitar, posteriormente, La Moncloa en 2018. Sin embargo, él mismo aterrizó un debate –hasta entonces proscrito– cuando asomó durante cinco días (de reflexión) a su partido ante el abismo de su dimisión. Cuando amagó con marcharse, en la formación tomaron conciencia de la excesiva dependencia del hiperliderazgo de su secretario general. A su regreso y con el anunciado «punto y aparte», Sánchez se cuidó de dejar claro que estaba dispuesto a aguantar hasta 2027 y más allá, pero el redactor del Manual de resistencia sabe que para satisfacer sus intereses el control de los tiempos es clave y anticiparse, la mejor palanca.
En este contexto, el partido reúne hoy a su Ejecutiva federal, en la que está previsto que se active la maquinaria interna. Fuentes socialistas confirmaron esta semana que se prevé la convocatoria inminente, este mismo sábado, de un Comité Federal que ponga en marcha el proceso congresual de cara al mes de noviembre. En un otoño caliente en cuanto a la reorganización interna de varias formaciones políticas clave para la gobernabilidad –como ERC, Junts o Sumar– que tendrán que encarar no solo sus futuros liderazgos, sino también la estrategia política a medio plazo; Sánchez no ha querido esperar a 2025 –cuando tocaba– y ha activado también la orgánica socialista.
En Ferraz son conscientes de que, en pleno proceso de rearme interno de los aliados en el Congreso, la actividad parlamentaria se reducirá a la mínima expresión y ese «coma legislativo» ahondará en la debilidad del Ejecutivo, que ya abona el discurso para restar dramatismo a una prórroga de los Presupuestos Generales del Estado. «Puede pasar cualquier cosa», reconocen fuentes socialistas, que califican de «incierta» lo que queda de legislatura. «Nos tiene que pillar con los deberes hechos», apuntan. En el ánimo de Sánchez no está un anticipo electoral, como ocurriera en 2019 cuando, en las mismas circunstancias, fue incapaz de aprobar las cuentas públicas para el siguiente ejercicio. No, al menos, hasta que esté en condiciones de concurrir a las urnas con alguna garantía de mantener el poder. El PSOE y sus aliados, sobre todo Sumar, necesitan tiempo para rearmarse y recuperar el capital político que han dilapidado en el escaso año que ha trascurrido desde el 23J. Hoy en día, la mayoría de la investidura sería complicada de reeditar.
En este contexto, Sánchez quiere desviar el foco de Moncloa al PSOE y encarar las tareas pendientes y estas toman forma de liderazgos que no acaban de carburar. La hecatombe de las autonómicas y municipales, en las que el partido perdió el grueso de su poder territorial, ya provocó salidas no solo de los gobiernos, sino también de las secretarías generales. Ahora toca culminar esa renovación con otros perfiles en los que, en los últimos procesos electorales, se ha identificado un problema. En concreto, el propio Sánchez apuntó a Andalucía, otrora pulmón del socialista venido a menos y a la Comunidad de Madrid, un «agujero negro» donde el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso se come la ventaja que el PSOE consigue en otros puntos de la geografía. También están pendientes Aragón, Javier Lambán se marcha, y Castilla y León.
Sánchez, que en 2021 ya diseñó un partido a su imagen y semejanza, busca ahora mantener su blindaje interno. Pilotar los procesos de renovación de los liderazgos territoriales antes de lo previsto y en una posición de fortaleza, en previsión de que si en el futuro surgen dificultades pueda surgir –también en paralelo– una corriente de cuestionamiento interno, ahora inexistente. Decisiones como la amnistía o, en mayor medida, la financiación singular a Cataluña han visibilizado que la adhesión a la dirección no es ni mucho menos inquebrantable y que no hay un monolítico cierre de filas. El partido tendrá también que rearmarse para lograr no solo aguantar los embates del PP, sino convertirse en una alternativa real en aquellos territorios en los que ha cedido la primera fuerza.