En la capital , hay ahora alrededor de 120 sacerdotes , 80 en la Campiña, 30 en la Sierra y en torno a 12-14 en el Valle de los Pedroches. Aunque con cuestiones comunes y tareas similares , los curas destinados a los pueblos se encuentran con situaciones muy variadas y una feligresía igualmente diversa. El trato cercano, la idiosincrasia de los pequeños municipios, el peso de la tradición, la personalidad de cada lugar o las circunstancias del momento confluyen en dotar de rasgos propios a este tipo de sacerdocio. Cuando pensamos en trabajos sometidos a presión y con horarios imposibles, se nos vienen a la mente un sinfín de labores. Pero nunca el sacerdocio. ABC ha podido conocer de primera mano cómo es el desempeño diario de tres curas de pueblos y aldeas de Córdoba , algo que bien se podría definir con palabras de uno de ellos: estar 24 horas al servicio de las almas. Previamente a esos intensos quehaceres está la vocación sacerdotal, una llamada que igualmente se podría describir con las palabras de otro de los sacerdotes consultados: la historia que Dios hace con cada uno de ellos . Aquellos famosos caminos inescrutables se traducen por tanto al final en calles y callejuelas de pueblos como Posadas, Cabra o Fuente Obejuna. José Miguel Bracero , natural de Palma del Río, dice con sentido del humor que su vocación fue «de respuesta tardía» . Nacido en 1970, fue ordenado sacerdote en 2018. Antes «se encontraba muy a gusto en el mundo» dedicándose al comercio internacional, sobre todo con productos como el aceite, aceitunas u otros de alimentación. Un voluntariado de verano de quince días en Jordania se transformó en cuatro meses y su decisión radical de despedirse del trabajo al ver cómo vivían allí la fe, lo que dejó perplejo a su entorno. Posteriormente, mediante una beca relacionada con la diplomacia, se fue dos años a Etiopía. Al volver de esa estancia tomó la decisión de dedicarse al sacerdocio. Su primer y único destino de momento es Posadas . El director espiritual del seminario, Gaspar Bustos, fallecido hace poco, le dijo que al irse a un pueblo tuviera cuidado de quemarse, pues un sacerdote tiene en ellos «todo el trabajo que él quiera», en el sentido de que las tareas pueden estar presentes todo el día, ya que « un sacerdote está 24 horas al servicio de las almas ». Y así es: misas, funerales, visitas a ancianos y enfermos, catequesis, preparación de los novios, peregrinaciones de jóvenes... un rosario, nunca mejor dicho, de incesante trabajo espiritual. Bracero indica que lo básico para su trabajo sacerdotal es el tú a tú , «el cura no puede estar sentado en el despacho para que la gente llegue ». El gran reto para este sacerdote es llegar a los jóvenes, acosados por un sinfín de tentaciones. Para ello deja claro algo importante: «Para ganarte a los jóvenes se cree que tienes que irte de botellón o a la discoteca con ellos, nada de eso. Es al revés. Ellos no quieren a alguien que haga lo mismo porque en el fondo lo que están haciendo saben que no les hace plenos». Para José Miguel Bracero, «un sacerdote nunca puede ser mundano». El resto es ser un ejemplo , estar a su disposición: «Y en cualquier momento el Espíritu Santo actúa ». Natural de La Puerta de Segura, en Jaén, Mario González vio allí el ejemplo que daba su párroco , Juan, lo que encauzó su vocación sacerdotal. «La idea fue madurando cuando fui entendiendo no sólo la labor social que hace el sacerdote, sino la sobrenatural». Por circunstancias familiares no pudo entrar en el seminario con 18 años, así que hizo la carrera de matemáticas e ingresó más tarde. Se ordenó en junio de 2020 y fue destinado de inmediato al hospital Infanta Margarita de Cabra como capellán en medio de la pandemia, por lo que su estreno fue, por decirlo así, en plena guerra: «Yo empecé y me puse las famosas batas que se hacían con bolsas de basura ». A su vez se ocupó como capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y de la parroquia de San Francisco y San Rodrigo Mártir , en una zona muy humilde del pueblo, por lo que la exclusión social y la pobreza se añadieron a la experiencia hospitalaria desde el principio. «Puedo resumir mis cuatro años de sacerdocio diciendo que han sido tocar mucho las heridas humanas, pero tocarlas con el amor divino». González explica que el tiempo no pertenece al sacerdote, sino a los demás. Tras despertarse a las siete y rezar durante una hora, celebra la misa de las 8.30 en el asilo, desde donde, si no tiene que confesar a nadie, se va al hospital para visitar habitaciones durante cuatro o cinco horas. La tarde la dedica íntegramente a la parroquia. En ella, al ser un barrio pobre y de nueva construcción, se dedica mucho a la nueva evangelización: «Eso significa, siendo creativo para que la gente conozca a Dios, visitar casa por casa , actividades sociales, encuentros con las familias , además de la celebración de la Santa Misa». A eso hay que sumar las actividades extraordinarias, como proyectos de evangelización. Pese a enfrentarse a una sociedad descreída o incluso con sectores anticristianos, este sacerdote también rememora la figura de Gaspar Bustos, y asegura, al recordar sus palabras, que «la batalla la tenemos ganada , porque Dios va preparando el camino , eso no quiere decir que no tengas que trabajar». Y ese trabajo ha de estar basado en una gran formación del sacerdote en el seminario. Pedro del Pino nació en 1996 en Torremolinos. Atribuye a su tardía Primera Comunión, a los 11 años, parte de su vocación sacerdotal, ya que al ser mayor se convirtió en seguida en monaguillo para que la obligación de asistir a misa se le hiciese más amena. Poco a poco descubrió qué era exactamente la misa y el valor de los sacramentos. Su párroco le preguntó en tercero de la ESO si había pensado en dedicarse al sacerdocio, y su respuesta fue negativa pero dejó un poso. Al conocer a un seminarista en la romería de la Virgen de Araceli de Lucena supo de la existencia del seminario menor San Pelagio de Córdoba , donde vio su camino : «Uno ve que Dios va haciendo una historia con uno». El primer destino de Del Pino , y que espera que siga siendo mucho tiempo, fue Fuente Obejuna y, primero, seis de sus aldeas , que en seguida se transformaron en nueve que lleva junto a su compañero Abraham. Entre risas detalla que «la jornada de un cura es una locura». Recién ordenado, ha de acudir durante tres años a Córdoba los lunes para recibir clases de derecho canónico. Luego, el tiempo se divide entre despachos, catequesis, visitas a aldeas, misas, los sacramentos que surgen o reuniones. « Un cura está 24/7 , trabaja todo lo que quiera trabajar, yo podría centrarme en una de las aldeas, Cañada del Gamo, que tiene 21 habitantes censados, y viviendo menos, y te pueden faltar horas del día para hacer cosas». Se siente plenamente satisfecho con su labor en Fuente Obejuna , ya que considera que su fundamento, incluidas las aldeas, tiene su raíz en la fe: «No hay una religiosidad en cuanto a una práctica religiosa impresionante, pero sí en cuanto a cultura y tradición, por lo que aquí se ve muy normal que el cura esté en todos sitios», explica Del Pino tras enumerar recientes actividades , como la representación teatral de 'Fuenteovejuna' o una charanga . También asegura que en cualquier actividad municipal o de asociaciones invitan a los sacerdotes. « Lo más difícil es llegar a tantas obligaciones . Es muy complicado atender a todo». Del Pino lo tiene claro: «Se disfruta muchísimo siendo cura en Fuente Obejuna, porque es un pueblo de fe y de tradiciones».