Sergio Camello (10 de febrero de 2001, Madrid) es un futbolista de élite, campeón olímpico y referente para muchos jóvenes, aunque quizás en otra vida hubiera sido músico. A la salida de la Ciudad Deportiva del Rayo Vallecano, su club, le esperan unos cuantos seguidores que le piden fotos y autógrafos, a lo que él accede con una sonrisa. Detesta el protagonismo, pero eso no es óbice para dedicar un poco de su tiempo a hacer feliz a los más pequeños (y mayores). Hace apenas veinte días ganó la medalla de oro en París, con un doblete suyo que ya forma parte de la historia del fútbol español. Nada es igual desde entonces, aunque le gustaría que fuera así. —Usted vive en Canillejas, pero se crió en el barrio de Rejas. —Sí. Además mi madre trabaja allí, en una tienda de ropa del centro comercial Plenilunio y mi padre en el departamento de marketing de una empresa de etiquetas adhesivas. Mi madre lleva toda la vida en el comercio, como dependienta. Ella se crió en San Blas y se tuvo que poner a trabajar con 16 años y ahí sigue con 54. Lleva toda la vida en la misma firma de ropa. —¿Cuánto le cambia la vida a un campeón olímpico? —Quizás esta pregunta se la contestaría mejor dentro de un tiempo. Ha pasado poco y no me ha dado tiempo a asimilarlo, pero el primer impacto lo estoy viviendo en mi barrio. Allí estoy con mis amigos, y los señores del bar que me conocen de siempre se me echan encima, me piden fotos, me quieren invitar a todo y ahí te das cuenta de la repercusión que ha tenido esta medalla de oro. Necesito tiempo para verlo con perspectiva. —¿Siente que ha dado un salto en cuanto a fama? —Sí, lo he notado. Nosotros no fuimos conscientes allí en París, pero una vez que ganamos no paramos. Podio, entrevistas, regreso a Madrid, homenaje… Fue increíble la cantidad de gente que llamó a mis padres, a mis colegas y a mí. La repercusión fue gigante y espero llevarlo con normalidad. No me gusta la fama, me gusta pasar desapercibido y estar tranquilo con mis colegas en el barrio. Yo no quería ser protagonista, no tenía esa necesidad. Solo quería el oro. Con eso ya soy feliz. —¿Cuál es la felicitación que más le gustó? —La que más me sorprendió fue la de una psicóloga con la que trabajé hace tres años y que desde entonces no sabía nada, porque ella no era consumidora de fútbol. Y la que más me gustó y me tocó la fibra fue la de un amigo mío, Dani Fernández, que es cantante, que para mí es un mundo similar al del fútbol. Me hizo una felicitación muy bonita. —Esos dos goles en la final fueron muy de Raúl... —Eso te lo podrían decir mis compañeros de cuando jugaba de pequeño. Yo siempre que me quedaba delante del portero, apuraba y apuraba hasta que se vencía y, entonces, se la picaba. No me gustaba tirarla a uno de los palos, prefería definir así. Siempre me he fijado en delanteros como Villa o Raúl. Raúl no era el más fuerte, el más técnico, el más rápido, pero cómo finalizaba y qué cucharita hacía, que eran su sello de identidad. Me encanta que me comparen con él. —¿Es un futbolista en un cuerpo de músico? —Sí, puede ser. Si volviese a nacer mi camino iría por algo muy diferente al del fútbol, seguramente de la música. Claro, esto se trata de talento y yo tengo talento para el fútbol, y por eso no soy músico, pero después del fútbol mi vida irá por ahí, por la música, aunque aún no sé de qué manera. —¿Dé dónde le viene esa pasión? —Yo he hecho un montón de viajes en coche con mis padres y mis tíos, y siempre ponía mis CDs de música española. 'El Canto del Loco', 'Pereza', 'Estopa', 'Hombres G'… Y también música italiana que les encantaba a mis padres. Y a mí. Esas voces rasgadas… —¿España tiene mejores músicos o futbolistas? —Pues creo que tiene muy buenos músicos y futbolistas, y ambos están muy infravalorados. Parece que hay que ganar una Eurocopa o unos Juegos para descubrir que España está llena de talento en el fútbol, algo que ya sucedía cuando no se ganaba nada. Y en música, le digo lo mismo. Habrá gente que piense que hay otra que es mejor, pero a mí me parecen magníficos los shows de los grupos españoles y la calidad que tienen. —¿Cuál es el mejor festival de España? —El que más he disfrutado es el Mad Cool, pero no he ido al Sonorama y quizás podría gustarme más. El problema es que yo me compro cincuenta entradas al año, pero solo uso diez. No tengo tiempo con el fútbol y no me cuadran los días. De todos modos, soy más de conciertos en salas pequeñas que de festivales. —¿Qué música se oye en su coche? —Solo la mía. Soy muy radical con esto. La gente tiene miedo a subirse a mi coche porque sabe cómo soy con lo de la música. Me pasa aquí igual en el vestuario del Rayo. Cuando me toca poner la música ya sé que a la gente no le va a gustar (risas). Pero en mi coche es sagrado. Yo me meto y la pongo a tope y me olvido de todo. Fíjese que el otro día, saliendo de un entrenamiento, me pongo la música a todo volumen y, de repente, a los veinte metros me encuentro a Isi y me dice 'acho, acho, que llevas una rueda pinchada'. Si no me dice nada ni me entero —¿Sigue teniendo el 'escarabajo' (Volkswagen Beetle) que se compró en 2016? —Sí, sí. Es un tema sentimental, aunque lo tenga muy machacado. Tiene casi 300.000 kilómetros. Tengo pensado mirar otro, pero sin abandonar este. Forma parte de mi vida el escarabajo. —¿¿Qué importancia le da al dinero? —Mucha. Ya le he comentado a qué se dedican mis padres. No hemos sido pobres, pero sí muy humildes. Mi hermano mellizo y yo siempre hemos valorado todo lo que nos daban nuestros padres. Para nosotros era una fiesta cuando de pequeños íbamos una vez al mes a comer al chino de abajo de casa. Era alucinante porque sabíamos el valor que tenía esa comida. En esa época, además, mi padre tenía dos trabajos. Por eso cuido mucho del dinero. Claro que me doy mis caprichos, pero no despilfarro. Por ejemplo, no me verás vistiendo de marca y comprándome una camiseta de 600 euros, cuando mi madre gana 700 euros al mes. Para eso cojo los 600 euros y se los doy a mi madre. Tampoco tengo reloj. Mire. Yo no puedo tener un reloj muy caro y ver que mi hermano no lo tiene. En todo este tema del dinero me han educado muy bien. —Hábleme del Rayo. —Yo tenía claro que si salía del Atlético quería volver al Rayo (en la primera temporada, 2022-23, estuvo cedido y en el verano de 2023 firmó un contrato de cuatro años). Jamás había conectado tanto con un barrio y con su gente. Yo vengo de un vestuario, el del Atlético, donde hay más egos, más estrellas, y aquí hay gente que se ha currado sus años en Tercera, Segunda... Es gente que valora todo mucho más. Gente más cercana. No quiero que se malinterprete, pero en un club como el Atlético hay jugadores que han disputado finales de Champions, hay campeones del mundo… Entonces no son, digamos, personas reales. Si yo vivo en una burbuja, ellos viven en una burbuja mayúscula. Así que llegar a este vestuario y a este barrio es ideal. Tengo la vida que quiero. Y todo es gracias al Rayo. —¿Dice lo del vestuario del Atlético con algo de cuidado. —Sí, pero porque no quiero que nadie piense que hablo mal de otros jugadores. Ni mucho menos. Esa no es mi intención. Tampoco creo que esté descubriendo nada. Si a mí me ha pasado también como canterano del Atlético. Yo no considero que mi carrera sea tan currada como la de Isi u Óscar Valentín. En una cantera de un gran club todo es más fácil. Tienes decenas de balones, te lavan la ropa, te dan un sueldo desde joven… —¿Qué tal con James? —Pues igual que con El Tigre. Necesito mis semanas para verle como una personal normal. Con todo lo que ha conseguido y con el momento de forma que llega, me da respeto. No sé cómo entrarle. Necesito aún conocerle, pero si es colega de El Tigre, que es un tipo estupendo, seguro que él lo es también. —¿Se puede pensar en algo más que la permanencia —A ver, ser ambicioso no es malo, y menos en el año del Centenariazo, pero todo empieza desde la permanencia, porque este año, si seguimos en primera, sería la primera vez que el Rayo está cinco años consecutivos en la categoría. Entonces, no sería una permanencia cualquiera. Luego ya veremos lo de Europa, pero la realidad es que lo que hay que hacer es mantenerse en Primera, que ya es un objetivo ambicioso.