El verano comenzó como todos los veranos desde que uno se ha hecho viejo: calor, soledad y una rutina imperturbable. No pasaba nada. O no pasaba nada fuera de lo que pasa todos los días. Hasta que oí caer la gota. La gota caía sobre la bañera con esa parsimonia burlona que tienen las cosas irremediables. Despacio, una gota cada medio minuto más o menos. Una gota gorda, lustrosa, que procedía del techo y que hacía un inquietante ruido al estrellarse contra la bañera. No logré adivinar de dónde procedía, solo de un punto invisible en el techo blanco. Según mi costumbre ante las d ...