En el bar de la esquina de mi casa, el Refra, me encuentro últimamente con grupos de turistas asiáticos mirando atentamente la fachada del lugar. ¿Qué historia o secreto recóndito, que ni siquiera los vecinos conocemos, les revelará el infaltable guía a esos afortunados visitantes? Escudado en la impunidad que brinda una lengua remota, bien puede decir cualquier cosa: que allí tomaba café fulanito o zutanita, que allí se inventó tal o cual receta, que allí se conspiró con este o aquel otro propósito. Para que algún lugar se convierta en un emplazamiento turístico no hace falta mucho. Basta con una buena anécdota, un marco o vitrina que lo resalte o una flecha que dirija la mirada. Solemos creer que...
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