En ocasiones, cosas que son completamente remotas lo ponen a uno a pensar. Resulta que en un municipio en los Estados Unidos el presidente del Partido Republicano renunció a su puesto luego de una larga lucha interna con un grupo de fanáticos que quiere controlar el partido para empujar una agenda que incluso él, un conservador, considera radical y antidemocrática. En su carta de renuncia escribió: “(Ellos) se dieron cuenta de que si son lo suficientemente engañosos, lo suficientemente ruidosos, lo suficientemente desagradables y lo suficientemente exigentes, encontrarán un camino hacia el corazón (de la organización)”.
Si uno se abstrae de las particularidades del pleito, la verdad es que ese escrito apunta a un fenómeno universal en la política. En todo lugar existen siempre grupos intransigentes, dotados de unidad de propósito y voluntad a toda prueba, que quieren que el mundo se amolde a sus ideas y, si no, peor para el mundo y, por supuesto, para quienes ellos consideran sus enemigos (todos los demás). Por largos períodos, esos grupos son minúsculos y navegan bajo el radar. Están ahí, pero nada más.
Hay épocas, sin embargo, en que las cosas cambian. De repente, se abre una oportunidad política para los más fanáticos, quienes encuentran que serlo paga, y muy bien. De ser gente que nadie tomaba en serio, pasan a ser fuerzas poderosas. Esa oportunidad no cae del techo y, aunque no existe una sola explicación, hay condiciones que usualmente están ahí. Destaco dos de ellas. La primera es una amplia percepción social de injusticia y discriminación, originada en desigualdades reales que el sistema político no atiende y que permiten conectar el enojo de los fanáticos con el descontento popular. La segunda condición es la existencia de actores que, por cálculo político, les abren el espacio, pues creen que los pueden manipular, aunque al final, más bien, terminan siendo devorados.
Pienso que en Costa Rica se ha ido abriendo la puerta a los fanáticos enojados, por razones como las dichas, y, agrego, porque ya todo el mundo se dio cuenta de que el discurso del enojo es rentable. Por el momento, no han logrado articularse organizativamente, pero nada impide que en el futuro lo hagan. Entonces, hay tiempo para la prevención: las alianzas políticas para enfrentar los desafíos de la desigualdad y la exclusión social, empleo y mejores servicios públicos son claves.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.