Con una inyección más de pujanza, y por ende de duración, la corrida de Cuvillo hubiera sido para «hincharse». Pero a los astados oriundos de El Grullo, quizá por su excesiva romana, les faltó fuelle y, en consecuencia, fondo. Y, uno a uno, se consumieron como la gaseosa en los albores de cada faena de muleta. Irremediablemente. Los tres matadores anduvieron con ella con solvencia, sin agobios, pero la falta de empuje de los cornúpetas impidió que sus labores terminaran de empatizar con el que paga. Aún así, Manzanares y Ginés Marín estuvieron a esto (junten imaginariamente el dedo pulgar y el índice) de salir en hombros. La espada, infalible tantas veces, en esta ocasión se lo impidió. El alicantino...
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