Paseando el otro día por la calle Aire, donde Sevilla se estrecha en apariencia y se ensancha en el espíritu de la inmensidad de su historia, donde el soplo del tiempo nos susurra los misterios de un pasado de genios, me paré en la soledad del callejón, justo en el lugar en el que descansa la última morada de Luis Cernuda en nuestra ciudad, donde habitó desde 1920 a 1928. Su otro keli, siempre soslayado por los proyectos estancados de la casa en la que nació en la calle Acetres, no brilla lo que debería, está ahí cobijando al olvido entre paredes descascarilladas a las que solo les dan sentido los azulejos que indican lo que albergó. Allí, a espaldas...
Ver Más