En las proximidades del colegio/residencia Marcote, donde los refugiados reciben clases de español, además de formación sobre educación vial (apenas hay aceras entre el balneario y las poblaciones cercanas, lo que implica andar por la carretera), se reúnen una decena de inmigrantes. Algunos, los más aplicados, revisan sus apuntes y consultan libros y diccionarios, mientras que otros jóvenes charlan entre ellos o se entretienen con sus teléfonos móviles. Aunque apenas entienden o hablan español , la barrera del lenguaje no impiden que saluden, con la mano o en francés, pero la mayoría de ellos se muestran reticentes a hablar con los periodistas. Se puede intuir cierto temor en sus ojos. No es para menos, muchos de ellos tuvieron que escapar tras ser perseguidos en sus países de origen por motivos étnicos, religiosos o por su orientación sexual y no están acostumbrados a responder preguntas que no les puedan suponer un problema. No es el caso de Modibo Sissoko y Mohamed Diallo , dos malienses que hablaban con sus familias por teléfonos en la entrada del balneario. Diallo, de 41 años, comenta a ABC que espera poder reunirse con sus dos hijas pequeñas y su mujer, que todavía residen en Mali. A pesar de ello, se muestra contento y agradecido con el trato que ha recibido en España. Aquí puede descansar bien, después de la dura travesía, y comer tres veces al día. Pequeños detalles que damos por hecho. Su compañero, Sissoko, también con dos hijos pequeños a distancia, corrobora el buen trato y la amabilidad con la que les han recibido en Mondariz-Balneario. «Aquí se come muy bien y se puede dormir», indica. El clima también es motivo de celebración para el joven, acostumbrado al calor árido del norte de Mali, con un clima desértico donde las lluvias no abundan. La niebla y el bochorno propio de esta época en el sur de Galicia no son problema: «No hace calor, se está muy bien», añade. Todavía no hablan español, más que alguna palabra o frase suelta, pero están mejorando, aunque reconocen que «es difícil». Como ellos, el resto de inmigrantes espera a obtener el derecho de asilo y protección internacional, que les permita trabajar. Un proceso «individualizado» que estudian desde las oficinas de refugio pertinentes tras la realización de las entrevistas con los trabajadores sociales. « Son hombres en edad laboral , un importante capital humano, que en sus países de origen ya trabajaban principalmente en el sector marítimo pesquero y en la construcción», afirma Daniel Bóveda, portavoz de la ONG Accem. Junto a él, 25 trabajadores de la organización, entre los que se encuentran médicos, enfermeros, juristas y asistentes sociales les brindan su apoyo y acompañamiento. El primer paso, indica, es hacer frente a la barrera del idioma, que, cuando hay ganas (como es el caso) puede resolverse en cuestión de meses. Sin embargo, las diferencias son notables entre los refugiados, ya que algunos tienen cierto nivel de español y otros requieren de alfabetización, pero «todos tienen claro que para poder trabajar necesitan hablar castellano ». A aquellos que ya tienen profesión, con casos como marineros que ya han trabajado con empresas españolas desde sus países de origen, les ofrecen consejos y léxico específico, «una oportunidad para contribuir a la economía de nuestro país», concluye el portavoz.