Era el 27 de enero de 2001 cuando se extinguía en Suiza la vida de la reina María José de Italia. Yo estaba destinado entonces en Buenos Aires y organicé allí, en la Iglesia del Socorro, una Misa Funeral por el alma de la soberana. Entre otras personas acudió el entonces embajador de Italia ante la República Argentina Giovanni Jannuzzi, fallecido el pasado año en la Patagonia, en su querida Argentina, donde se había retirado con su mujer, la princesa Anne de Looz-Corswarem, tras jubilarse de la carrera diplomática. Precisamente, una de las hijas de la reina María José, la princesa María Beatriz de Saboya, llamada «Titi» en familia, estaba casada con un diplomático argentino, Luis Reyna-Corvalán y Dillon, fallecido asesinado en 1999 en México tras separarse cuatro años antes de su mujer. El hijo de ambos, Rafaello, se precipitó por una ventana en 1994. Otro dolor para la soberana, que vivió mucho tiempo con su hija y nietos en Cuernavaca, México.
Esas penas y otras muchas las mitigaba la reina rodeada de libros que leía ávidamente en su exilio suizo de Merlinge. Mujer culta, interesada por la historia de los Saboya, la familia de su marido, el rey Humberto II de Italia, fue autora de diversas obras sobre esa dinastía, como su «Emanuele Filiberto di Savoia. Un valoroso guerriero, un principe illuminato», sus biografías de Amadeo VI, VII, VIII de Saboya o la obra magna «Le origini di casa Savoia».
En 2002 salió a la luz una miniserie de dos capítulos sobre la vida de la reina, protagonizada por Barbora Bobulova, donde se hacía hincapié en su relación con intelectuales antifascistas, sus negociaciones con Monseñor Montini, luego Papa Pablo VI, para lograr una paz separada rompiendo con el Eje, su resistencia contra los nazis, y la caída de la monarquía en 1946 tras un referéndum. Esas aficiones políticas se pusieron también de manifiesto en su discreta participación –según reportes diplomáticos británicos– en un supuesto complot para derribar a Mussolini.
Estas y otras actividades ocasionaron el disgusto del gobierno siendo enviada al norte de Italia con sus hijos, para refugiarse luego en Suiza. Su, digamos, visión avanzada o moderna de la vida, tenía su origen en su propia madre. Era hija de los reyes Alberto I e Isabel de los Belgas. Ésta, nacida duquesa en Baviera, pertenecía a ese original linaje que dio personajes tan excéntricos como el rey Luis II de Baviera o la emperatriz Isabel (Sisi) de Austria.
La madre de María José era gran melómana, como su hija, e impulsó la vida cultural belga, manteniendo relaciones de amistad con grandes pensadores y científicos. Un exceso de comprensión hacia los sanguinarios regímenes comunistas soviético y chino hicieron que viajara a esos países sometidos a una férrea dictadura. María José imitó ese ejemplo de supuesta apertura, más moderada que la de su progenitora, adobándola con gran inquietud intelectual.
Humberto II fue durante dos años, antes de suceder a su padre Víctor Manuel III, Lugarteniente General del Reino de Italia. En 1946 subió al trono para un brevísimo reinado que duraría el mes de mayo de ese año: fue conocido como «il Re di Maggio». Naturalmente María José, mujer inteligente y perspicaz, veía venir ese desenlace y no le sorprendió el resultado del citado referéndum, a pesar de que diversas voces consideraron que fue una votación amañada. Entre ellas las del abogado y senador del reino Franco Malnati, autor del libro «La grande frode. Come l’Italia fu fatta Repubblica», de lo cual me habló largo y tendido en su casa de Bérgamo hace ya muchos años.
Hace pocos meses hice un agradable viaje a Sicilia –a Catania y Siracusa– con la princesa María Pía de Saboya, hija de la reina María José. Nuevamente esa visión de la vida, mezcla de pensamiento avanzado y de amor a la tradición, con una punto de humor, se manifiesta en esta princesa, a quien, como a su madre, le encanta escribir. Me regaló su último libro, «Album di famiglia. I Savoia e le Case Reali di Francia», donde repasa los muchos enlaces entre ambas casas reales. Las dos, María José y María Pía, comparten también un fuerte carácter.
En el exilio, la reina se separó de su marido que quedó viviendo en Portugal, mientras que ella se instalaba en Suiza. Ese recio carácter le hizo renunciar a regresar a Italia a pesar de que, poco antes de morir Humberto II, en 1983, el Parlamento Italiano autorizó su vuelta al país. La Norma Transitoria XIII de la Constitución seguía vigente, impidiendo el retorno de los varones de su familia.
Esa injusta norma se derogó en 2002. En diciembre de ese año, el príncipe Víctor Manuel, hijo de los últimos Reyes de Italia, pudo retornar a su país. La reina no tuvo la felicidad de ver eso… desde la tierra.