Era 1990 y Costa Rica venía de escribir la, hasta entonces, página más dorada en su historia futbolística. Tras su increíble participación en la Copa del Mundo de Italia 90, Gabelo Conejo se marchaba al Albacete de España y el Club Sport Cartaginés apostó por sus reservas para suplir su ausencia en el arco.
Con juventud y ganas de consolidarse en el arco brumoso se asomaban tres jóvenes desconocidos: Erick Lonnis, quien después tuvo una trayectoria memorable como portero; Róger Mora, hoy entrenador de porteros del Saprissa; y, aunque usted no lo crea, Carlos Álvarez Granados, una de las voces más reconocidas en la locución costarricense.
“Yo era un guardameta muy sobrio, me puedo calificar con gran serenidad y hasta con cierto garbo. Una película, diría mi tata. Pero sí, era seguro, tranquilo, aplomado, jugaba bien el área; tenía liderazgo. No era tan afanado entrenando. Morita sí era un animal entrenando y Lonnis tenía sus condiciones naturales excepcionales”, comentó.
Pero es que en los años 80 y 90, Álvarez no era “Carlitos”, a quien todos conocemos por su carrera en televisión y radio. En aquellas décadas la cabina radiofónica no existía para él y su vida estaba entre los tres palos.
“Posteriormente vino la radio, la televisión y esto que es la gran pasión de mi vida. Pero, indudablemente, recuerdo con mucho cariño esa etapa del futbolista que me hubiera encantado ser, pero que creo que la vida o Dios -para quienes creemos- acomodó bien las cosas. Yo no habría superado el retiro y en un futbolista es muy temprano”, aseveró con nostalgia.
El comunicador cartaginés lleva la fiebre del fútbol desde que tiene memoria. Lo de ser portero le llegó sin querer, pero lo cautivó. En la comunidad de Sagrada Familia de San Rafael de Oreamuno corrió con la suerte de muchos: los más grandes lo aceptaron en la mejenga del barrio, con la condición de que defendiera el marco.
“Pues resultó que les funcioné. Entonces más bien me llevaban. Yo era muy valiente, decidido y esperaba esa mejenga de la tarde como nunca. Ya después yo las organizaba, pero entre los de la edad mía. Nos enfrentábamos contra el barrio María Auxiliadora o contra el centro; era toda una logística”, rememoró el director del programa radial El manicomio de la risa.
Además, con tan solo 8 años, un evento deportivo lo marcó para terminar de enamorarse de aquella posición. En la Copa del Mundo de 1978, ganada por Argentina (equipo sede), Ubaldo El Pato Fillol deslumbró al locutor tico con sus atajadas y liderazgo.
Gracias a este ídolo y la hazaña de aquella selección argentina de Mario Kempes, comenzó a soñar con glorias y vitrinas. Eso sí, la historia, que no engaña, nos dice que de haber sido portero de su amado Cartaginés no hubiera tenido muchos de esos momentos. O, quién sabe, a lo mejor y con los guantes puestos habría cambiado el rumbo del cuadro brumoso.
Y lo intentó, de eso no cabe duda. De las mejengas del barrio pasó a un par de equipos infantiles de su comunidad, hasta que, siendo un adolescente, llegó a las ligas menores del Club Sport Cartaginés. Allí, asegura, compartió con figuras como Alexánder Machón Madrigal.
Carlos Álvarez: ‘Este es un momento maravilloso, pero lo mejor está por venir’
Los años que se mantuvo en las ligas menores y su incursión a los 20 años en el primer equipo del cuadro brumoso, dan una seña de que la cosa iba en serio. Incluso, Leonel Hernández, máximo goleador en la historia del combinado blanquiazul, veía a Álvarez como un referente del arco de su club.
“Don Leonel Hernández, quien es una gloria del fútbol de Cartago, ya cuando yo estaba más grande, me preguntó un día: ‘¿Qué ha pasado con usted que no lo he vuelto a ver en el Cartaginés?’ y yo le dije: ‘No, don Leo, es que me retiré para seguir estudiando’. Entonces me dijo: ‘¡No!, yo no se lo voy a perdonar nunca que usted no haya seguido jugando’, porque él quería que yo me convirtiera en otro referente”, narró el presentador de El Chinamo.
En Primera División jugó unos cuantos partidos “poco relevantes”, según revela, algunos siendo todavía parte de la liga menor. Su debut en la máxima categoría del fútbol costarricense se dio a finales de los 80, nada más y nada menos que contra la Liga Deportiva Alajuelense en el Alejandro Morera Soto.
Lo curioso es que, como es recurrente en esta historia, sucedió de forma inesperada. En aquel momento, al recordado Juan Luis Hernández-Fuertes se le había metido el agua, sello característico del estratega del español, y decidió poner a Álvarez, quien aún no ascendía al equipo mayor como portero suplente.
Asegura que sentarse en el banquillo no era nuevo para él, pero jamás se cruzó por su mente que aquel día William Barrientos, arquero titular, se iba a lesionar a mitad del encuentro y le tocaría saltar a la cancha.
“¡Ay compadre, viera! Ahí sí que se le vienen a usted todos los fantasmas, porque vos no estás esperando el debut. Entro y, no se me olvida, yo siempre vacilo eso con Mauricio Montero, que estaba en la Liga, pues empezó a decir: ‘Tiren, tiren, el hombre está que no aguanta el almuerzo’”
“Yo no oía, veía como en Matrix. Entonces me hace un remate Mauricio, lo agarro y lo embolso. A partir de ahí volví a la realidad”, relató con la misma emoción que impregna en su trabajo como locutor.
El encuentro lo terminó ganando la Liga, pero a Carlos no le hicieron gol. Aquel hito define su carrera: prometedora, de momentos, inesperada, pero sin llegar a hacerse realidad.
Cuenta Álvarez que ver a su papá “despedazándose el alma” como agricultor, mientras él se dedicaba al fútbol sin obtener dinero, lo desmotivó enormemente. Conversó de esta situación con Armando Mareque, argentino que en ese entonces dirigía al Cartaginés, y quien falleció en 1990 estando en el cargo.
“Le dije: ‘Armando, yo no puedo seguir jugando, qué va, yo tengo que ayudar en mi casa. Voy a dejar esto’. Él me dice: ‘Aguántese un toque. Terminemos este campeonato y yo le aseguro a usted que vamos a negociar con la directiva un contrato profesional, porque yo quiero que usted quede en el equipo’”
“¡No se va muriendo el señor! ¡Hijuepuña! Y con él mis sueños de futbolista, porque vino don José de la Paz Herrera, ‘Chelato‘ Uclés. Lo primero que dijo es que había que buscar un portero de experiencia (...) Colgué los tacos, pero, mire, con el dolor en el alma”, revivió con una mezcla de humor y desazón el locutor costarricense.
En ese entonces, ya Carlos Álvarez estaba en la universidad. Al tiempo le ofrecieron trabajo en radio Monumental y empezó su historia con la comunicación, el gran amor de su vida. De este matrimonio hay poco que no sepa, más allá que de cuando en cuando, en alguna tarde lluviosa y melancólica, Álvarez se acuerda con cariño de sus días como guardameta, su romance de juventud.