“Por favor, que soy mayor”, decía el señor. Pero la gente le seguía increpando. Era un día como cualquier otro. Era un día caluroso de agosto. Uno de esos días cogí el bus 51 para ir a trabajar. Pasé mi bono bus por la máquina y como siempre, me fui a sentar al fondo del vehículo. Al lado de una de las salidas había un anciano de pie con atuendo árabe al que la gente le estaba reprendiendo.