Se publicó la información completa, aunque sea de carácter preliminar, de la actividad económica durante el segundo trimestre del año. Se confirma una desaceleración que lleva ya dos años en proceso, pero que en la primera mitad de 2024 empieza a apuntar hacia una contracción.
El pico de crecimiento en este sexenio, descontando tanto la gran caída de la pandemia en 2020 como el rebote de 2021, ocurrió en septiembre de 2022. En ese tercer trimestre alcanzamos un crecimiento de 4.6% anual, que se redujo ligeramente en el último del año a 4.4%. Es decir que en la segunda mitad de 2022 el crecimiento fue de 4.5%, bastante bueno. En parte, se trató de la reactivación de la industria automotriz, que no respondió durante 2021 por los problemas de cadena de suministro que seguramente usted recuerda.
En 2023, el crecimiento fue menor a 4% en todos los trimestres, y cada uno de ellos fue menor al anterior: 3.6, 3.5, 3.4, y para el final del año, apenas 2.3%. Es ahí, de hecho, donde uno puede empezar a pensar en desaceleración, porque aunque en los primeros nueve meses de ese año el crecimiento era inferior a la segunda mitad de 2022, tampoco era nada despreciable.
En los últimos tres trimestres, sin embargo, los datos han sido cada vez menores, pero además ya pueden considerarse malos. El último trimestre de 2023, como veíamos, crecimos 2.3%, que es más de un punto menos que en los nueves meses iniciales de ese año. No es una caída suave. En este 2024, empezamos con 1.8%, medio punto debajo del último de 2023, y ahora perdemos casi un punto para llegar, apenitas, a 1%.
Esta caída ocurre de manera general. El sector primario, que es pequeño, pero había tenido un desempeño interesante, todo 2023 estuvo en malas condiciones (creo que en buena medida gracias al superpeso, pero también debe haber impacto del clima y de la inseguridad), y lleva ya cinco trimestres de contracción. Ahora está prácticamente al nivel que tenía en 2018, con un crecimiento promedio anual en el sexenio de apenas 0.2%.
La industria, con un crecimiento parcialmente ficticio debido a la mala valuación de las obras de la Sedena (especialmente el Tren Maya), en este último trimestre apenas libró la zona negativa, con 0.4%. Su crecimiento en el primer semestre es de 1%. Comparado con 2018, ha crecido 3.6%, un promedio anual de 0.6%.
Finalmente, los servicios, que han aguantado más. En este año, crecieron 2.3% en el primer trimestre, y 1.5% en el segundo, y su promedio anual desde 2018 es de casi 1%. Gracias a eso, el PIB en su conjunto casi alcanza un crecimiento anual de 0.8%. Considerando que el crecimiento poblacional es más o menos el doble de eso, en este sexenio el PIB per cápita ha caído casi 5%. En promedio, cada mexicano ha perdido esa proporción de su ingreso.
Pero para medir el bienestar de la población, además del ingreso habría que considerar otras cosas. Por ejemplo, la dotación de bienes públicos (servicios del gobierno), que ha caído a un ritmo de 0.5% anual, para contraerse 3.2% en el sexenio. La población puede intentar compensar esa caída con el sector privado, y parece haberlo hecho en el caso de salud, que ha crecido 1.8% anual, para un 11.3% de crecimiento en el sexenio. Para los que siguen sin entender el costo para la población que ha significado la destrucción del sistema de salud, ahí tienen datos.
En educación, la población se traga el deterioro, porque no hay un incremento relevante en el PIB del sector: 0.4% anual, para un total de 2.7% en el sexenio.
Los peores datos en cuarenta años, pero considerando que este gobierno recibió una economía sin crisis, estamos hablando de los peores en un siglo.