Jacques Delors, estadista francés que presidió la Comisión Europea entre 1985 y 1994, definió una vez su meta continental con esta expresión: “Una Europa construida sobre la competencia que estimula, la cooperación que fortalece y la solidaridad que une”.
La utilizó cuando, bajo su eficaz liderazgo, comenzaban a aplicarse los cambios fundamentales dispuestos por el Tratado de Maastricht, en vigencia desde 1993, que convirtieron la Comunidad en Unión. La transformación requería un severo ajuste de complejos engranajes organizacionales, pero, sobre todo, una visión coherente y estimulante que les diera sentido integral y sirviera como referente del camino que se abría. Delors lo hizo posible.
Espero no sonar presuntuoso si traslado su frase a Costa Rica y la propongo como una idea fuerza que, por la solidez de su contenido y la sonoridad de su expresión, sea una guía para orientar nuestra vida política. Me refiero a sus tres elementos básicos:
1) La competencia parte de reconocer el conflicto como latido permanente de la democracia, pero enmarcado por prácticas y normas que lo conviertan en acicate para proponer, no en trinchera para destruir o denigrar. 2) La cooperación implica que, en medio de las diferencias y luchas por prevalecer, los actores políticos y sociales impulsan dimensiones del entramado colectivo que exigen unir fuerzas hacia objetivos nacionales que nos fortalecen a todos; por ejemplo, en ambiente, equidad, relaciones exteriores, seguridad jurídica, salud y educación. 3) Y la solidaridad es esa madeja que nos une como un “nosotros” y conduce a políticas públicas centradas en el desarrollo humano, que dignifican y cohesionan.
Hasta aquí la aspiración. Estamos lejos de ella, pero quizá menos de lo que sugieren los ciclos noticiosos secuestrados por las truculencias del Ejecutivo. Incluso, es posible que los ataques sistemáticos a las instituciones, la incompetencia al gobernar, la fatiga generada por los discursos incendiarios y el palpable deterioro en bienestar nos aproximen, en lugar de alejarnos, a una convergencia de sectores que, sin dejar de competir, cooperen y sean solidarios para impulsar mejores rumbos.
¿Ingenuidad? Tal vez. No descarto la capacidad de la democracia para inmolarse, pero tampoco para regenerarse en momentos críticos.
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El autor es periodista y analista.