Poco más de diez minutos antes de que comenzara el paseíllo la furgoneta de Roca Rey aguardaba en el Carlton, lo que viene siendo un clásico: montada en la acera. Sin embargo, llegó a la hora, pero hubo que esperar a que Talavante hiciera lo propio en tiempo de descuento. Se anunciaba la ganadería madrileña de Victoriano del Río, que eso es siempre un punto más de interés y ya «Marchante» puso la tarde a funcionar con una embestida que quería viajar por abajo más allá de la desigualada muleta de Manzanares. El alicantino no firmó dos tantas iguales, le costó alcanzar el compromiso de ajustarse de verdad con el toro y dejó una faena cogida con pinzas rematada a un espadazo fulminante, que se premió con un trofeo.
Se igualó a lo que pasó después, ya en el último con la tarde vencida y en honor a la verdad nada tuvo que ver. Había dudas sobre el toro cuando Roca Rey se puso de rodillas en el centro. Fueron tres o cuatro los pases cambiados por la espalda y ya un pase de pecho de pitón a rabo anunciador de lo que estaba por venir. Era toro bueno, pronto y con largas embestidas. Andrés le hizo todo en el centro, le dio espacio, la distancia exacta, y le echó los vuelos para templarse con la arrancada y dibujar muletazos de largo recorrido. Buenos fueron los naturales. Encontró el ritmo al toro y se encontró él en esos códigos. El animal fue bajando revoluciones y costaba más ganarle la acción y ahí ya Roca metió todas las marchas para pegarse un arrimón de los que ponen la línea roja a los que de verdad son capaces de hacerlo. No es que fuera inverosímil el espacio entre toro y torero, es que en la distancia se podía ver cómo le rascaba el pitón el bordado de la taleguilla. Dueño el peruano de la escena, había tejido la labor acorde a los terrenos que el toro demandaba y se fue detrás de la espada, derecho, como un cañón. Pero se le fue abajo. Y de ahí que el doble premio, por mucho que se le pidiera, se quedara en un trofeo. El presidente Matías no cedió a la bronca, y no era poca. La plaza, con un entradón, que había venido a ver a Roca Rey estaba al rojo vivo para su vuelta mañana. Se fue andando, pero con la sensación de un «continuará».
El tercero tuvo ese punto de movilidad que había que definir para dónde tiraba. Era toro para andar listo, porque si te cogía no perdonaba. Lo supo Antonio Manuel Punta cuando con la espada dentro, media pero arriba, y ya reventado lo echó mano y feo. La faena de Roca Rey tuvo muchas desigualdades, sabiendo que el toro se la tenía guardada en cualquier momento, no llegó a haber conexión entre ambos. En el contrapunto de la que vino después.
El cuarto tuvo sus cosas buenas, sobre todo en la inercia de los primeros viajes. Después le costaba más empujar en la muleta, pero toro interesante y con matices. José María Manzanares buscó las vueltas al animal tomándose sus tiempos y encontró más acople de mitad de faena para adelante. Un sí pero no. Se tira a matar de verdad.
Se desmonteró Javier Ambel tras dos pares explosivos al segundo. Cuando Talavante tomó la muleta había un desafío por ver si el toro tenía genio o iba a empujar en la engaño. No rompió para adelante y tampoco Talavante. No tuvo el quinto ritmo, sí movilidad y fue incómodo en su viaje. Talavante se justificó con poco tino a espadas. Mañana la historia continúa. Eso lo tenemos todos claro.
Bilbao. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación y remate. El 1º, de buen ritmo; 2º, deslucido y complicado; 3º, encastado y geniudo; 4º, noble; 5º, repetidor y pegajoso; 6º, bueno. Casi lleno.
José María Manzanares, de nazareno y oro, estocada (oreja); pinchazo, estocada (saludos).
Alejandro Talavante, de pizarra y plata, tres pinchazos, estocada (silencio); tres pinchazos, tres descabellos (silencio).
Roca Rey, de grana y oro, media (silencio); estocada baja (oreja con petición).