Los antojos alimentarios son fenómenos universales que afectan a millones de personas en todo el mundo. Para algunos, el objeto de deseo puede ser un chocolate decadente; para otros, una suculenta pizza o las crujientes papas fritas son el anhelo irresistible. Pero, ¿de dónde provienen estos poderosos impulsos? Y, lo que es más importante, ¿es posible controlarlos?
La Dra. Rajita Sinha, experta en psiquiatría y neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, explica que los antojos representan el deseo de algo grato. “Hay distintas cosas que pueden desencadenarlos: olores o señales visuales, por ejemplo”, explica Sinha.
En el caso de la comida, los estímulos sensoriales activan las vías cerebrales de motivación y recompensa, aunque no se vea el alimento en sí. Las asociaciones con personas, lugares u objetos que nos recuerdan esos placeres comestibles también pueden disparar los antojos.
Este fenómeno ha sido objeto de investigación científica extensiva. Los estudios han demostrado que la exposición a señales relacionadas con alimentos puede provocar cambios fisiológicos, como el aumento de la frecuencia cardíaca, la actividad gástrica y la salivación.
Además, las comidas activan la liberación de dopamina, una sustancia química cerebral vinculada a la motivación y el placer.
Aunque a menudo se confunden, los antojos no son lo mismo que el hambre. Los antojos pueden surgir sin estímulos inmediatos, especialmente cuando una persona ha estado evitando un alimento que encuentra gratificante.
Esta dicotomía entre deseo y necesidad básica es gestionada por las vías de recompensa cerebral, que están interconectadas con áreas del cerebro responsables de la toma de decisiones.
La Dra. Meghan Butryn, especialista en psicología de la Universidad Drexel, aporta una perspectiva evolucionista al debate. “Nuestros cerebros evolucionaron durante un largo período de la historia humana en el que el acceso a los alimentos era poco fiable y, a menudo, escaso», comenta Butryn.
Esta presión evolutiva nos llevó a buscar alimentos calóricos y consumirlos en grandes cantidades cuando estaban disponibles, por su rol crucial en nuestra supervivencia.
Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a un entorno radicalmente diferente. En muchas sociedades desarrolladas, la comida abunda y la necesidad de buscarla ha disminuido. No obstante, los mecanismos cerebrales que nos impulsan a consumir alimentos gratificantes permanecen activos y pueden llevar a hábitos alimenticios poco saludables.
Butryn también señala que reducir la exposición a los estímulos alimentarios puede disminuir los antojos: «Modifique las partes de su entorno alimentario que pueda, de modo que tenga menos exposición y menos acceso a alimentos muy tentadores que no son parte saludable de la dieta.»
¿Qué se puede hacer para manejar estos antojos? Según Sinha, una estrategia efectiva es la distracción: mantener la mente ocupada en otras actividades puede disminuir el poder de los antojos. Además, la técnica de “surfear los impulsos” puede ser útil: reconocer el impulso sin ceder a él puede reducir su intensidad.
El control de los antojos también varía entre individuos y poblaciones. Un estudio publicado en el International Journal of Obesity sugiere que las personas con obesidad enfrentan mayores desafíos en el control cognitivo de sus antojos.
El género también juega un rol en los tipos de antojos experimentados: los hombres suelen desear más los alimentos salados, mientras que las mujeres, los dulces.
Sin embargo, la exposición y el entorno pueden ser cruciales en este aspecto. Evitar tener alimentos tentadores en casa puede disminuir la necesidad de ejercer fuerza de voluntad constantemente.
“La mayoría de las calorías se consumen en casa”, afirma Butryn, destacando la importancia de no comprar esos alimentos difíciles de resistir.
En definitiva, mientras que los antojos alimentarios son tan antiguos como la misma humanidad, la manera de enfrentarlos es más manejable de lo que podría parecer a simple vista. Con estrategias adecuadas y un mayor conocimiento de nuestros patrones de comportamiento, es posible mitigar su impacto en nuestras vidas.