Fue el 2 de julio de 1965, en la madrileña plaza de Las Ventas. Es probable que sea el concierto más mitificado en la historia de nuestro país, pero un vistazo a las crónicas de la época revela que fue una noche artificial, forzada y sin ningún tipo de magia. Al franquismo le incomodaba la visita de los cuatro melenudos y el grupo venía a visitar un país que relacionaban con el atraso y la farra, como cualquier británico actual que sueña con Lloret, Benidorm o Magaluf. No faltó ni un topicazo: sesión de fotos con monteras de torero, rueda de prensa donde McCartney lució un clavel en la boca y campaña promocional en la que Lennon escanció (mejor dicho: venenció) los productos de una bodega de Jerez. La única vez que los Beatles actuaron en nuestra capital lo hicieron en su versión más dominguera.
Por debajo de aquella excursión festiva se notaban las tensas costuras de su visita. De hecho, los Beatles ni siquiera salieron a descubrir la noche madrileña, encerrados en su hotel de lujo por el miedo del régimen a los disturbios que pudieran provocar. El precio de las entradas era escandaloso: entre 75 y 450 pesetas, cuando el salario mínimo era de 60 al mes. Había una sensación de hostilidad por la exagerada presencia policial, con registros exhaustivos en los accesos al coso y expulsión directa de todo aquel a quien las autoridades considerasen portador de «malas pintas». Una tarde tensa y fría que los Beatles no pudieron remontar en su exiguo concierto, que no pasó de los 45 minutos.
El repertorio incluyó 12 canciones. Abrieron con «Twist and shout» y acabaron con «Long Tall Sally», ambas versiones. No hubo bises y el sonido tampoco fue bueno. La broma general es que acudieron casi más grises que espectadores. Edgar Neville escribió en su crónica que «había tantos policías que con uno más se podía tomar Gibraltar». Hubo varios teloneros, algunos de nivel como Los Pekenikes, además de Torrebruno ejerciendo de presentador, lo que completaba el aire surrealista de la velada en Las Ventas. ¿Lo más friki? «A las puertas de la plaza de toros de Las Ventas apareció Pirulo, el famoso cambiador de cromos de El Retiro, con una pancarta en la que rezaba ‘‘Los tenemos que pelar, Pirulo pide una oportunidad’’», recuerda un texto de ABC.
Como se ve, una de las obsesiones del momento era el estilismo capilar de los de Liverpool. El concierto estuvo a punto de no celebrarse por varios motivos. Primero: resultaba imposible pagar su elevado caché de tres millones de pesetas. Al final accedieron a tocar más barato pero por un concierto más breve. El Ministerio de Interior fue muy reacio a conceder los permisos, que solo llegaron unos pocos días antes y muy influidos por la carambola de que la reina de Inglaterra les había nombrado caballeros de la orden del Imperio Británico. Brian Epstein no quería traer al grupo a un país donde solo habían despachado 3500 copias, pero Raphael (con quien compartían mánager para España) le convenció alegando que en España solo había 1500 tocadiscos, así que 2000 personas habían comprado algún vinilo solo por tener cerca la imagen del grupo.
«Eran como la orquesta de una fiesta mayor», recuerda Joana Biarnés, que documentó la visita. Todas las luces encendidas, no sólo las del escenario, por miedo a desmadres. Vino bien para rodar, pero no para crear ambiente. Años después, Paul McCartney compartía su visión de aquella noche. «Lo que recuerdo es que los fans de verdad, que eran los que no tenían dinero, estaban fuera de la plaza de toros y la gente de dentro eran los ricos. Así que no disfrutamos mucho del concierto, hubiéramos preferido tocar para los de fuera». Lo de los toros les dio más fuerte de lo que pensaban, ya que al año siguiente del concierto se reunieron con Manuel Benítez «El Cordobés» para proponerle hacer una película. Se hicieron planes durante el almuerzo en un hotel de la ciudad andaluza con una comida regada con Don Perignon. La cosa no llegó a mayores porque Epstein solo quería dar al torero 30 millones de pesetas como pago, en vez de la mitad de los ingresos.