A menos que lo remediemos el polvo se termina adueñando de nuestras casas como si de un ejército silencioso se tratase. Cada rincón, cada superficie, cada objeto se cubre por una fina capa blanquecina que parece crecer con cada respiración. Cada una de esas diminutas partículas son un fragmento de vida, un recuerdo atrapado en una suspensión temporal, que se convierte en el guardián de nuestros secretos. Un confidente silencioso que conoce todos los rincones y recovecos de nuestros hogares. Cuando los rayos de sol se cuelan por las ventanas se iluminan las partículas suspendidas en el aire, descubriéndonos un universo microscópico en constante movimiento. De esta forma, los muebles, otrora relucientes, parecen envejecidos por un fino manto; los títulos de los libros se ocultan bajo una gruesa capa de partículas y las fotografías se tiñen de una neblina opaca. El polvo ha hecho acto de presencia. La composición del polvo puede variar según la ubicación del hogar, la época del año y las actividades que realicemos en nuestra casa. Pero, en general, el polvo está compuesto por una mezcla de células procedentes de nuestra piel, fibras textiles, ácaros de polvo, partículas de polen y de tierra, bacterias, hongos y restos de alimentos. Y es que los seres humanos somos auténticas fábricas de células y constantemente estamos desprendiéndonos de ellas. Las células muertas se mezclan con las fibras de nuestra ropa, de las alfombras o de las cortinas y se acumulan en el polvo dándole una mayor consistencia. En este universo los ácaros son los reyes. Estos parientes lejanos de las arañas y tan pequeños que solo se pueden ver con un microscopio se podrían describir como pequeñas bolitas con patitas. Los ácaros del polvo adoran los lugares cálidos y húmedos y su plato preferido son las células muertas, y se arrastran por todas partes de forma sibilina. A pesar de que no muerden ni pican, los ácaros pueden ser responsables de algunos problemas que atañen a nuestra salud, ya que sus excrementos son muy alergénicos y pueden provocar reacciones alérgicas en personas sensibles. Junto a los ácaros del polvo, las bacterias y los hongos encuentran en este paraíso un ambiente cálido y húmedo ideal para crecer y reproducirse. Pero el polvo no es un simple hacinamiento de partículas y microorganismos, es mucho más que eso. Tenemos que dimensionarlo como un ecosistema dinámico, donde unos seres invisibles a nuestros ojos interactúan entre sí y con su entorno. Por una parte, las bacterias descomponen las células muertas y las fibras textiles, liberando nutrientes que son utilizados por otros microorganismos, por otra, los hongos crecen sobre las partículas de polvo, formando un entramado de filamentos que les permite explorar su entorno. El tipo y la cantidad de polvo que se acumula en un hogar pueden proporcionarnos una información muy valiosa. Por ejemplo, un exceso de polen puede indicar que las ventanas no se cierran correctamente o que hay una planta con flores en la habitación; mientras que la presencia de ciertas bacterias puede revelar problemas de humedad o ventilación. Así que ya sabe, la próxima que quite el polvo del mueble piense por un momento el microuniverso que se esconde ante sus ojos.