"Antes creían que la fuerza podía doblar las pértigas, pero las pértigas se doblan con la velocidad con la que entras al cajetín", explica Félix Laguna, entrenador en el club Scorpio, en Zaragoza, que tuvo a sus órdenes a Salma Paralluelo antes de que la prometedora atleta y futbolista apostara definitivamente por el balón. Mondo Duplantis compareció en el Stade de Francia dándose golpes en el pecho y sacando bíceps, pero donde hay que mirar es más abajo, a sus piernas; y más adentro, a su valentía.
"Hay tres cosas que determinan una pértiga. Una, la longitud. Dos, la dureza: son unas capas de fibra y al extremo ponen un peso y cuando quiebra, si lo hace con 105 kilos, por ejemplo, los fabricantes dicen que es una pértiga para 95 kilos. Y tres, la flexibilidad: se colocan las pértigas apoyadas, se cuelga un peso y así llamamos 'una 15' si baja 15 centímetros; y si baja 20 es más blanda, lógicamente", sigue Félix. Mondo tiene ese bíceps poderoso, claro, pero sobre todo tiene una velocidad que le hace bajar de los 11 segundos en los 100 metros y con eso puede doblar pértigas muy duras, pese a sus ochenta kilos, y volar. "Las dobla porque es muy rápido y entonces cuando abre el brazo arriba, es como un arco. Y luego, muy importante, porque es muy decidido y va con una bravura tremenda. No duda, no se para, va hacia delante, entra a lo bestia, se cuelga y sale", concluye Félix Laguna la descripción del fenómeno sueco, que cada vez que comparece existe la posibilidad de vivir un récord del mundo. Sabe generar el ambiente perfecto, y cuando lo consigue, como sucedió, para ponerlo en 6,25, es una auténtica locura.
Lo que para todos los demás es una competición que empieza a las siete de la tarde, para él lo hace prácticamente una hora y media después. Se da carreritas por las calles mientras está lejos la prueba de 3000 obstáculos, en la que Dani Arce logra una brillante clasificación para la final. Se va al suelo Duplantis, se levanta y charla con el griego Karalis mientras se va quitando la ropa para superar los 5,70 como si fuera un calentamiento. Había renunciado al 5,60 y al 5,80 y en el 5,85 empezó de verdad la tarde para él. También lo superó sin fallo, con ese estilo tan personal que tiene, quizá heredada de los entrenamientos que hacía en su propio jardín. «La punta de la pértiga la deja en el pasillo, como a 40 centímetros, y la va arrastrando hasta el cajetín. Todos los demás la dejan dentro. Eso es peligroso porque puede rebotar», analiza Laguna. Puede no ser académico, pero quién le va a decir que cambie, llegando hasta donde llega...
Mientras los rivales iban quedando fuera en el 5,95, todavía se fue a la grada a ver a su grupo de entrenamiento, con sus padres a la cabeza, pasos cortos, sin inquietarse demasiado. En esa altura es donde se hizo la selección definitiva, pues ya sólo quedaban él, el soldado estadounidense Sam Kendricks, con el que se daba un abrazo y le deseaba suerte antes de saltar, y el griego Karalis, a quien le faltó ese arrojo en los dos últimos intentos en seis metros, con el bronce asegurado.
Tampoco pudo Kendricks con esa altura. Sí lo hizo Mondo, y se golpeó el pecho, pero tampoco le cambia mucho el rostro serio.
Entonces arrancó su competición personal. Primero, 6,10, récord olímpico. Después va a por los 6,25 y a la primera falla. "Mondo, Mondo, grita, el estadio", que tiene a sus pies, como a sus compañeros, que piden a los espectadores apoyo y ruido para el segundo intento... Pero tampoco lo consigue. Parece casi que lo ha hecho a propósito. Le queda el último, el estadio es sólo para él, pruebas, entrega de medallas... Todo ha acabado pero nadie se mueve. Aplausos, más aplausos, Duplantis corre y asalta el cielo. Ahora sí, ya ríe fuera de sí.