Me disgustan las sorpresas. Nunca olvidaré aquel verano cuando, tras la siesta, mis padres, muy sonrientes y con aire de caridad máxima, me susurraron dulzones: «Tenemos algo que decirte, tenemos una sorpresa para ti». Me ilusioné como un perrete al cual le acaban de conceder una longaniza grasienta. A los 9 años te ilusionas con cualquier cosa porque mantienes una inocencia indecente. « Te hemos apuntado a una colonia de verano, estarás con otros niños, hay piscina y te lo pasarás bomba . Mañana te llevamos«. En efecto era un pequeñuelo inocente, pero aquella melodía me turbó bastante. Y tan ilusionados detecté a mis progenitores que, a mí vez, por no amargarles, simulé formidable ilusión. Imagino que mis padres pretendían...
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