Nur y Susan, de 14 y 12 años respectivamente, sufren las consecuencias de la brutal ofensiva israelí y representan la situación de miles de niños y niñas
Los 10 meses de ofensiva en Gaza se han convertido en un auténtico infierno para su población, especialmente para los niños y niñas de la Franja. Son los que están pagando el precio más alto. De las más de 39.300 personas palestinas asesinadas, 15.000 son niños y niñas, y hay alrededor de 21.000 menores desaparecidos, según el Ministerio de Sanidad.
Nur Ziyad, de 14 años, es de Beit Lahia, en la región norte de la franja de Gaza. Hace unas semanas, un intenso bombardeo golpeó la casa de su familia y el edificio vecino de cuatro pisos se derrumbó sobre su hogar. Nur y su familia de 10 personas se refugiaron en una clínica de la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina —UNRWA por sus siglas en inglés— en el campamento de refugiados de Jabalia.
En medio de los bombardeos y los incendios, Nur estaba constantemente preocupada por la seguridad de su familia, agarrando con fuerza la mano de su madre por miedo a perderla. Las condiciones en la clínica eran difíciles, más de 80 personas hacinadas en una sola habitación, todas ellas sin comida, agua, ni artículos de primera necesidad. Después de 30 días de miedo y peligro continuos por los bombardeos cercanos, la familia decidió trasladarse al sur, coaccionada por las órdenes de desplazamiento forzado de las fuerzas israelíes.
Caminaron desde el norte a través de un puesto de control militar cerca de Wadi Gaza, y a lo largo del camino observaron cuerpos en descomposición y mutilados por perros.
Tras pasar el puesto de control, continuaron en camión hasta Nuseirat y luego hasta Rafah. El viaje a Rafah duró dos días enteros. Mientras cruzaba el puesto de control, las fuerzas israelíes le ordenaron que se deshiciera de todos sus enseres.
Oyeron hablar de una escuela en el este de Rafah en la que podrían encontrar refugio, por lo que caminaron durante un día para llegar hasta ella. Afortunadamente, cuando llegaron aun había sitio y se pudieron refugiar allí, sin embargo, la comida era escasa e insuficiente para las necesidades de Nur y sus hermanos y menudo hacían largas colas para conseguir algo de comida.
Según informes, 8.000 menores de cinco años sufren malnutrición aguda en Gaza y 3.500 tienen riesgo de morir por malnutrición. Además, más de medio millón de niños y niñas llevan diez meses sin poder recibir educación o ir a la escuela. Las nuevas generaciones están viviendo lo que ya vivieron sus antepasados, lo que los palestinos llaman la Nakba o la catástrofe, cuando en 1948, tras la guerra Árabe-Israelí, fueron expulsados a la fuerza de sus hogares. Hoy en día, la Nakba continúa en Gaza.
Susan, de 12 años, también carga con el peso del trauma de la generación de refugiados y refugiadas de Palestina que la precedió. “Nunca olvidaré esos restos esparcidos por todas partes... Perdí el contacto con mis amigos y no sé quién de ellos sigue vivo. Extraño a mi alma gemela, Lama”, asegura.
En los primeros días de la ofensiva sobre Gaza, las fuerzas israelíes le exigieron a ella y su familia que abandonaran su casa, pero su padre no lo hizo. “No sabíamos adónde ir, ya que no teníamos otro lugar. Cuando se intensificaron los impredecibles bombardeos en nuestro barrio, nos vimos obligados a huir de Shuja'iyya a una escuela en Khan Younis”, relata. “Unos días después, esa escuela fue bombardeada. Corrí a buscar a mi padre por los pasillos, todos llenos de muertos y heridos. Nunca olvidaré haber visto restos esparcidos por todas partes. Seguí llamando a mi padre hasta que lo encontré. ¡Lo abracé y no podía creer que todavía estuviera vivo!”.
A pesar de las notables dificultades que ha atravesado, Susan ha tenido suerte y sus padres siguen a su lado. En Gaza se estima que 17.000 menores no corren la misma suerte y están huérfanos o se han visto separados de sus padres. Absolutamente ningún niño ni niña deberían vivir una situación así.
“Sueño que la guerra terminará y que podremos volver a nuestras vidas como antes”, concluye Susan con esperanza e inocencia.