Abrasaba la piedra como un caldero con ascuas muy vivas. Ni una brizna de aire y los abanicos en modo máxima potencia. Era el primer festejo de agosto, ese mes en el que, ya lo decía José Luis Lozano, en Madrid no queda ni el enterrador. Un espectáculo taurino en familia, con mucho cemento. Esa sería una lectura. La otra: había que ser muy valiente para plantarse a las siete de la tarde, con el granito rompiendo termómetros. Que a ver en qué sitio de la capital se encontraba uno a miles de personas este domingo con la 'fresca'. Soñaban los aficionados con almohadillas frigoríficas; otros se refugiaban la testa con unos paraguas plateados que parecían platillos volantes en el...
Ver Más