Desde que golpeaba la pelota en una pared agujereada por los restos de bombas en su Belgrado natal, Novak Djokovic tenía una meta: ser el número 1 del tenis. En todo. En el camino se topó con dificultades de lesiones y, sobre todo, dos rivales que no lo consideraron como ellos durante mucho tiempo hasta que comenzó a acechar todos sus récords. Se lo propuso justo en un momento de vacío existencial: cuando conquistó Roland Garros por primera vez, en 2016, y se vio con que todos los objetivos los había conseguido. Pero miró hacia arriba y vio que Rafael Nadal y Roger Federer le sacaban un mundo o dos en todo lo que él tenía. Poco a poco, día a día, ha ido alcanzando no solo los números del español y el suizo, sino sus propios números, y ya se sienta solo en lo más alto del planeta tenis. Solo le faltaba un último escalón, tan esquivo que le ha costado toda la vida lograrlo. Pero Djokovic, 37 años, ya lo tiene todo, conquistado el oro olímpico tras una final extraordinaria contra Carlos Alcaraz. Tanto le ha costado que no pudo esconder las lágrimas cuando su derecha no encontró respuesta, ni cuando se abrazó con su familia y su equipo, ni cuando le asomaron al escuchar el himno de Serbia, la razón de todo esto. «He puesto a mi familia, mi cuerpo, mi vida para ganar este oro. Sobre todo ha sido por Serbia. Representar a mi país, llevar orgulloso la bandera, me motiva más que cualquier otra cosa. Veía a Nadal, a Murray, a Federer, cómo reaccionaban al ganar una medalla para su país y lo veía increíble», comentaba el serbio, oro al cuello, emoción en los ojos. Y se expresaba de palabra después, ya en frío, con la mirada puesta en la medalla y en lo que hay detrás: «Es el mayor logro de mi carrera. Por el viaje tan largo que me ha llevado. La presión fue creciendo. Este triunfo está en el top de mi carrera». Ha sido un recorrido lleno de trampas, pues logró el bronce en Pekín, pero se quedó fuera del podio en Londres 2012 y en Tokio 2020; en Río incluso perdió en primera ronda. Y había presión. Esta de París era su última esperanza. «En Londres fui abanderado y era el recuerdo más importante como deportista. Y esto es lo mejor que he podido sentir. Probablemente este el momento más grande mi carrera. Todo lo que he sentido al acabar, ha superado con mucho lo que había imaginado. Estar en la pista con la bandera de Serbia no es comparable a nada. Le di las gracias a Dios. Por darme la oportunidad de estar aquí». También este curso ha tenido sus obstáculos: «Intenté estar lo mejor posible para el tramo de Roland Garros, Wimbledon y los Juegos, la lesión –se operó la rodilla el 5 de junio– lo trastocó todo. Pero la final de Wimbledon me dio confianza. No necesitaba más motivación porque representar a mi país es lo máximo. Estaba listo para los Juegos, que eran mi última oportunidad». No lo ha tenido fácil contra Alcaraz, pero se ha mantenido con la mirada puesta en el oro con un poco más hambre que su rival. Que no había otra oportunidad. «Tres horas en dos sets no las habré jugado muchas veces en mi carrera... Hay que felicitar a Carlos, es un gran chico y un jugador estupendo», alababa al español. «Ha sido una pelea increíble. El último golpe es el único momento en que he pensado que podía ganar. Me ha forzado a jugar mi mejor tenis. Él ha tenido oportunidades, yo también, y creo que es justo que los dos sets hayan terminado con el tie break». Pero también se guardaba satisfacción personal por su recorrido. «He conseguido todo con esta medalla de oro, pero amo este deporte y juego porque me gusta este deporte, perfeccionar mi juego, entrenar cada día... Este éxito no es una coincidencia, sino fruto del esfuerzo», prosiguió. Es el mejor de la historia: más Grand Slams que nadie (en masculino) con 24, más Masters 1.000 (40), más semanas de número 1 (428), más triunfos sobre Nadal (31-29) y Federer (23-27). Un currículo extraordinario que envuelve de oro al final de este viaje maravilloso. A partir de ahora... . «No sé cuál será mi futuro. Ahora solo quiero disfrutar de esto. Ha sido un largo viaje imaginando este momento».