Cuando el pie de Carolina Marín se adhirió al suelo y su rodilla derecha realizó un giro brusco e incontrolado, nos temimos lo peor. El gesto es de libro y en él se somete al ligamento cruzado anterior, en este caso a la plastia que le colocaron en 2019, a un estrés mecánico que con frecuencia es insoportable. El cerebro de un deportista de alto nivel, lógicamente entrenado, controla de manera automática durante el desarrollo del juego todos aquellos elementos que protegen sus articulaciones, en este caso la rodilla. Es lo que conocemos como propiocepción. Bastan unos instantes de desconexión, un fallo puntual en la coordinación, para que aparezca el riesgo. Y eso fue lo que paso en París en...
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