La Organización de los Estados Americanos (OEA) lleva años atrapada en las redecillas de diminutos países de la Comunidad del Caribe (Caricom) alineadas con las dictaduras de izquierda en el continente y, en su momento, influidas por la piñata reventada sobre sus cabezas por Hugo Chávez con iniciativas como Petrocaribe, ahora frustrada por la baja producción de crudo en Venezuela.
A esas naciones se debe el fracaso, el miércoles, de una resolución del Consejo Permanente cuya única finalidad era exigir al régimen venezolano la publicación inmediata de la documentación de las elecciones del domingo pasado. La propuesta obtuvo 17 votos a favor y ninguno en contra, pero necesitaba una mayoría absoluta de los miembros, que no pudo ser alcanzada por las 11 abstenciones y 5 ausencias.
Abstención y ausencia, en estos casos, significa votar a favor del régimen de Nicolás Maduro con una alta dosis de hipocresía. Pedir las actas —nadie lo ignora— es solicitar la confesión del monumental fraude perpetrado el domingo. Por eso una petición tan razonable no puede contar con apoyo de Antigua y Barbuda, las Bahamas, Barbados, Belice, Granada, San Cristóbal y Nieves, y Santa Lucía.
Brasil, Colombia, Bolivia y Honduras completan la lista de las abstenciones por motivos claramente ideológicos. Los once gobiernos son cómplices de la represión desatada contra el pueblo venezolano y de una nueva vergüenza para la OEA, en palabras del canciller uruguayo Omar Paganini.
No menos vergonzosas son las ausencias de Dominica, San Vicente y las Granadinas, y Trinidad y Tobago, también miembros del Caricom. Ese bloque de votos pone en entredicho la viabilidad de cualquier iniciativa del Consejo Permanente y, en esta ocasión, se impuso aunque Guyana, Haití, Jamaica y Surinam rehusaran votar con los demás miembros de la organización.
Por supuesto, siempre se pudo contar con la ausencia de la delegación de Nicolás Maduro y la de México, cuyo presidente llamó a “no meter las narices en Venezuela”, es decir, a permitirles a los chavistas completar el fraude, reprimir a la oposición, encarcelar a sus dirigentes y consolidarse en el poder. “¿No tienen los gobiernos de otros países, grandes o pequeños, cosas más importantes que hacer?”, preguntó sin sonrojarse Andrés Manuel López Obrador.
Pues no, lo más importante es apoyar a un pueblo hermano en su justo reclamo de respeto hacia la voluntad popular, pero eso seguirá siendo difícil mientras la comunidad internacional lidie con la hipocresía de quienes se abstienen o ausentan para atemperar la vergüenza de votar no.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.