E s este el primer domingo de agosto y estamos todos los españoles soportando como podemos la enésima ola de calor de todos los veranos. Parece ser que tales oleadas de fiebre climática obedecen al correspondiente calentamiento del planeta, al que nuestro país contribuye de una manera amplia. No hay ninguna duda, porque aquí la población está que echa chispas.
Si el ambiente ya estaba caldeado en los debates parlamentarios, no les digo ya actualmente entre el público debido a los pasos que ha dado últimamente este Gobierno.
La triada básica de libertad, igualdad y fraternidad sobre la que se asentó el mundo de progreso en Occidente durante los últimos tiempos, salta en España en pedazos por culpa de la ineptitud de un equipo de Gobierno que se resiste como sea a tener que abandonar el poder.
Si a Sánchez no le importó cargarse primero la igualdad con la amnistía, ahora ha ido a por la fraternidad y solidaridad con el concierto económico catalán. Solo es cuestión de tiempo que vaya también a por el último valor del trío que aún nos queda más o menos intacto: la libertad.
Probablemente, lo intente con su cruzada de regeneración democrática que, al estilo de las cruzadas franquistas, curiosamente solo beneficia a aquellos que son de su misma opinión. ¿Será considerado el HuffPost un pseudo-medio? Ardo en deseos de saber la opinión de nuestro inteligentísimo presidente al respecto.
Sea como fuere, lo cierto es que Sánchez probablemente pasará a la Historia como el gobernante más guapo, pero más incompetente que tuvo nuestro país; el hombre que consagró la anomalía como sistema político.
Desde la Transición, el objetivo de establecer un sistema de país más justo regido por la democracia y la igualdad tuvo que transigir con una injusticia y una anomalía que fue el concierto económico vasco. Nadie es capaz de explicar con conceptos claros, justos y eficientes del siglo XXI por qué unas personas han de tributar de una manera particularmente más ventajosa que otras.
Como tantas veces han hecho los que mandan en la historia humana, se ha de recurrir al mundo de la superstición, de los supuestos e intangibles pasados imaginarios, para justificar privilegios y ventajas actuales, muy reales y muy tangibles.
[[QUOTE:PULL|||Nadie es capaz de explicar por qué unas personas han de tributar con más ventajas que otras]]
Los españoles transigimos con esa anomalía porque pensamos que ya habría tiempo para corregirla con el tiempo usando los argumentos razonables de igualdad y prosperidad. Estábamos construyendo una democracia joven y había cosas más urgentes para consolidarla y llevarla a buen puerto. Pero he aquí que, en lugar de ir acabando poco a poco con el concierto de privilegios para el País Vasco, se ha ido en dirección contraria y lo que se ha hecho es ampliarlo hacia nuestra región, la de todos los catalanes.
Una región rica, a cuya gran parte de los habitantes generosamente no les importa compartir tributariamente su riqueza con el resto de los españoles si eso es justo y bueno para todos, en contra de otra parte de los catalanes que prefieren ser insolidarios para su propio beneficio.
Lo más curioso de todo es que quien pilota esa travesía hacia la desigualdad y hacia el desmontaje del prometedor Estado democrático e igualitario con el que soñamos todos al salir de la dictadura, quien está concediendo privilegios a los poderosos para que puedan hacer y deshacer arbitrariamente en su propio feudo, está siendo precisamente el Partido Socialista que exhibía en sus principios el eslogan de la igualdad.
Es por eso que socialistas como Javier Lambán o Emiliano García-Page echan chispas, sus votantes están muy quemados y, como consecuencia del achicharramiento general –debido a que a Sánchez se le pasó el arroz y no supo manejar los fogones–, lógicamente la temperatura del planeta sube.
Llegará un día en que los especialistas nos dirán en que medida contribuyeron a la huella de carbono los sucesivos incendios que se provocaban cada dos por tres en ese coloso llamado PSOE. Los pirómanos que los provocaban probablemente solo perseguían una gigantesca columna de humo que, durante un rato más, ocultara la pista de sus ineptitudes para evitar ser desalojados del poder. Sacrificar la solidaridad fiscal de un país, a cambio de poder continuar al mando un rato, es evidentemente una locura.
