A cualquier desgracia, por monumental que sea, siempre se puede añadir una más. El interés y la empatía para nada son beneficiosos cuando vienen mal dadas. No hay peor tragedia que convertirse en el sujeto de las utopías ajenas o, lo que es aún peor, en el negocio redondo de algún especialista en cuanta mesa de paz, mediación o quilombo humanitario se organice en torno a una catástrofe. Le ocurrió a la izquierda europea con el Che Guevara –desde Jean Paul Sartre hasta Regis Debray–. Hay una fascinación, un telurismo desencadenado, ante cualquier fenómeno vernáculo de supuesta liberación. No pueden ver a un guerrillero o aspirante a mesías de los pueblos oprimidos, porque se les hace la boca agua. Le...
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