En un artículo del diario La República del 22/7/2024, Omar Cairo comenta mi libro El proceso constituyente en el Perú (CLACSO y Lluvia Editores 2024). Encomiable esfuerzo que felicito y que espero presagie un diálogo, más allá de los desacuerdos políticos, entre el Derecho Constitucional y la Sociología Política, disciplinas de las ciencias sociales que uno y otro practicamos.
El esfuerzo de Cairo, sin embargo, me parece que adolece de algunas limitaciones que creo importante resaltar. La primera tiene que ver con la naturaleza de mi texto. Desde las primeras líneas señalo que mi propósito es tratar la política del proceso constituyente, lo que para el monopolio jurídico del debate sobre la constitución parece inadmisible. Rara vez un antropólogo, sociólogo, historiador, economista e incluso cientista político, es invitado a debatir sobre la constitución, como si el debate y los términos de este fueran privativos de abogados.
La segunda de ellas es epistemológica, la manera como se conoce al objeto de estudio. Cairo, atrapado en un cierto formalismo jurídico, antepone su teoría de la constitución, que seguro él considera la teoría, a la realidad. No creo que esa sea la forma de proceder. Es cierto que hay necesidad de un enfoque para trabajar un tema, pero una cosa es tener enfoque, es decir, orientación para proceder, y otra querer encorsetar la realidad en los conceptos.
La tercera es la materialidad del debate sobre el proceso constituyente. Desde las primeras líneas señalo también que el significado de este proceso es la lucha por el poder. Una lucha que entre nosotros es la pugna por transitar de una democracia como privilegio a otra como condiciones y oportunidades para todos. Este pasaje inevitablemente nos trae un tiempo turbulento, de aguda polarización social y política, que se plasma hoy en la quiebra de la hegemonía neoliberal y el paso a una crisis de proporciones desconocidas. Esta crisis tiene un detonante, clave de mencionar: la exposición de la corrupción que atraviesa a la élite política y disuelve la legitimidad de los que mandan. En esta turbulencia y no en tiempos tranquilos es cuando surgen las constituciones que importan y pueden reclamar lugar en la historia de sus pueblos.
La cuarta es la evaluación y los efectos de la crisis, ya que de ella surge el proceso constituyente. La crisis presente va de la coyuntura a la historia y atraviesa los tres niveles de la política: Gobierno, régimen y Estado. El poder establecido en 1992 está agotado. Ya se han ensayado soluciones inmediatas e institucionales, pacíficas y represivas y no funcionan. Esta crisis se denomina crisis orgánica y en su profundidad nos muestra la podredumbre de nuestros cimientos. La crisis orgánica llama, por ello, al poder constituyente, a la activación de la soberanía popular para que decida en última instancia el rumbo del país. Esta relación entre tipo de crisis, poder constituyente y activación de la soberanía popular es fundamental para comprender lo que está sucediendo.
La quinta, ¿de dónde surge y se desarrolla el poder constituyente? De la movilización y organización del pueblo para lograr una nueva constitución. Su plasmación final se dará en una asamblea u otro mecanismo al que se arribe, pero obteniendo su fuerza de los ciudadanos organizados. Desde el conflicto que muestra las fisuras es que se puede llegar a acuerdos y no al revés. En estas condiciones es que se da un momento constituyente, pero no de la forma como plantea Cairo. El momento constituyente no es un flash que se prende y se apaga a gusto de los expertos, es una secuencia de acontecimientos que suceden en la lucha política en un período de tiempo. Primero, hay una preocupación constituyente de las personas interesadas en el tema, que preparan el camino y existe casi desde la promulgación del texto vigente; segundo, una movilización y organización de los ciudadanos que se reúnen para debatir y movilizarse en torno al tema, crecientemente intensa entre 2020 y 2023; tercero, una conciencia masiva en la sociedad sobre la necesidad del cambio constitucional y cuarta la definición de mecanismos y la aprobación de una nueva constitución.
Es claro que hay una pausa por la represión ocurrida con 50 muertos como resultado año y medio atrás y que no llegamos a las fases tres y cuatro, pero ello no significa que el sentimiento constituyente haya desaparecido. Cada vez que una encuestadora se ha atrevido a preguntar sobre el tema, aproximadamente el 80% de los encuestados han respondido estar de acuerdo con un cambio total o una reforma parcial de la constitución. El momento constituyente no sucede, entonces, producto de un acuerdo apacible entre políticos y expertos en un momento de tranquilidad, sino que es resultado de grandes confrontaciones sociales y políticas a partir de las cuales eventualmente se puede llegar a un acuerdo para convocar a un mecanismo constituyente.
Por último. Lo anecdótico. Nunca he señalado que la razón de los jóvenes para movilizarse en noviembre del 2020 era el reclamo constituyente, sino que allí comenzó a corearse la consigna “¡nueva constitución!”. +Tampoco creo que la actuación de Pedro Castillo y Verónika Mendoza en las elecciones de 2021 levantando la bandera constituyente haya sido marginal. Castillo no sólo ganó la primera vuelta, sino que fue elegido presidente de la república en la segunda; que no supiera qué hacer después fue su tragedia, pero pretender ignorar lo que sucedió no nos ayuda
en absoluto.❖