Putin logra, como tantas veces, dejar en evidencia las costuras de un sistema que presume de defender los derechos humanos, pero que también los incumple en determinados casos por razones políticas
Un hombre dispara a sangre fría a otro en la cabeza a plena luz del día, en un parque de Berlín. El primero cumple órdenes de Moscú y el segundo es un refugiado georgiano que había luchado contra el régimen ruso en Chechenia. El primero fue condenado en Alemania a cadena perpetua y ahora ha sido liberado en el intercambio de presos entre Rusia y Occidente. Putin vuelve a mover las fichas caprichosamente en su particular partida de ajedrez en la geopolítica. Él nunca pierde, en este último intercambio de sus cárceles salen presos dirección a Occidente, presos que no tuvieron un juicio justo y que fueron condenados sin que se respetaran las mínimas garantías de defensa, presos políticos que fueron encarcelados bajo leyes rusas que contravienen los derechos humanos.
Un diputado alemán, Kiesewetter, señala con acierto el peligro de lo que está sucediendo y como se trata de “un Estado terrorista que ahora intenta deliberadamente establecer una diplomacia de rehenes”. Una situación que expone a un riesgo real a todas aquellas personas occidentales que pisen suelo ruso o bielorruso. Nadie puede asegurar que estas no se vean involucradas en dudosos hechos delictivos y terminen convirtiéndose en rehenes de Putin para futuros intercambios. Fue el caso (en 2022) de la baloncestista olímpica Brittney Gringer, que fue intercambiada por el traficante de armas Viktor Bout, y fue condenada a 9 años de cárcel tras ser detenida en un aeropuerto ruso cuando iba a coger un avión. Si delito era llevar cartuchos con aceite de hachís para vapear, algo ilegal en Rusia pero que puede encontrarse en cualquier tienda de CBD..
Otros casos similares son los de tres de los “liberados” en este intercambio, los tres periodistas. Dos de ellos estadounidenses y uno español, la diferencia es que en este caso, la falta de garantías legales en la detención, la acusación y el encarcelamiento tiene como protagonista no solo a Rusia sino a un país de la Unión europea, a Polonia. El país europeo ha vulnerado la normativa internacional sobre condiciones de reclusión, al igual que ha hecho Rusia y ha mantenido preso y en régimen de aislamiento durante dos años al periodista español acusado de espionaje.
El que Putin lo haya incluido en su lista de presos que deseaba que volvieran a Rusia lo deja ahora en una situación incierta. En todo caso le sirve al líder ruso para edulcorar su imagen aparentando humanidad y desestabilizar el sistema europeo al poner el dedo en la llaga en una detención que ha sido calificada como trato inhumano por organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional. Putin logra, como tantas veces, dejar en evidencia las costuras de un sistema que presume de defender los derechos humanos, pero que también los incumple en determinados casos por razones políticas, exactamente igual que hace él. Como si entre ambos no hubiera tantas diferencias, cuando claramente las hay… claro que las hay.
Se abre una era incierta con esta diplomacia de rehenes en la que EEUU y Rusia hacen oficial un peligroso juego de intercambio, donde no están al mismo nivel la ciudadanía de Occidente que la rusa, porque la lógica por la que se rige Putin no es la de velar por los valores democráticos sino la de extender su control atentando contra los derechos humanos. Dice Biden que su trabajo es asegurarse en primer lugar “de que no los encarcelen. Y si lo hacen, los recuperamos”. Me van a perdonar, pero esto lejos de tranquilizar solo viene a anunciar que la guerra entre potencias amplía su abanico de acción, todas y todos podemos ser rehenes de un sistema opresor.